18 de octubre de 2006

Ya semos más europeos (entoavía)

Ya me extrañaba a mí que en la Facultad de Biología, con la cantidad de verdecillos gipilollas gafapastiles que hay, no cundiera el ejemplo de los países nórdicos y se empezaran a destrozar cultivos transgénicos de experimentación a saco, sean pequeños o grandes, de modelos vegetales de uso exclusivamente experimental o para consumo humano. Pues bien, según he podido leer en un cartel panfletario, no tenemos que envidiar nada a los europeos.
Resulta que en 2004 unos 60 activistas de la plataforma Transgènics Fora! (hay que joderse, me entra un complejo que te cagas, porque yo apenas logro reunir a 20 personas el día de mi cumpleaños) destruyeron un experimento al aire libre de trigo transgénico. No se detalla si fue a pisotones, con lanzallamas, o crearon un dibujo geométrico con el que los activistas llamaron a los extraterrestres para que los vinieran a buscar. El experimento (es decir, que se trataba de un cultivo que ni siquiera estaba destinado al consumo humano y del que no se nos informa de la extensión) estaba financiado por la UE (que no es precisamente el coño de la Bernarda ni tiene la mano floja con esto de los transgénicos) y lo llevaban a cabo conjuntamente el IRTA y la Universidad de Barcelona. El experimento esta autorizado, claro está, pero por lo visto no estaba lo suficientemente señalizado para que los vecinos del pueblo pudieran ir a verlo bien, ni se cumplían los requisitos para impedir el contacto con las plantas de alrededor (los autores del cartel no precisan si la función del experimento era precisamente valorar el grado de contaminación genética, si los riesgos de contaminación genética eran importantes o si en los alrededores del campo de trigo crecían algo más que hierbajos cuneteros).
El caso es que después de su acto vandálico, uno de los que debían ser los cabecillas presumió en la prensa de su hazaña y de los nobles motivos que le empujaron a salvar al planeta de la autodestrucción, y le van a juzgar; la fiscalía por lo visto pide una multa de 500.000 euros (que da para dos pisos y que hace sospechar, aún sin oir a las dos partes, que algo más que unas declaraciones debió de realizar el muchacho para obligarle a compensar todas las pérdidas del campo).
Es el primer "juicio político" (sic) para reprimir la lucha antitransgénica en España. Y es que no se pueden destrozar cultivos a gusto, oiga, sólo dejan a los jóvenes la salida del botellón. Perdón, en el estado español, que se me olvidaba que el cartel está escrito en catalán. Como la Universidad de Barcelona es una de las entidades que plantean la acusación, es culpable de posicionarse "en favor de los transgénicos y de las multinacionales farmacéuticas". ¿Ein?
El cartel está salpicado de preguntas capciosas sobre si concoemos las consecuencias sociales de los transgénicos, los peligros para la naturaleza y si creemos que en la carrera nos han respondido correctamente a todas estas preguntas. La verdad es que no, íbamos tan a toda leche que quedó media Biblia por explicar, pero vamos, nos enseñaron la suficiente botánica, ingeniería genética y genética molecular para entender bien lo que es un transgénico y darnos cuenta de que el mundo sería más feliz sin activistas gilipollas que tiran a la basura el dinero del contribuyente sin saber muy bien contra qué se están quejando, si contra la investigación con transgénicos en general (incluyendo los modelos animales para enfermedades humanas), los monopolios de las multinacionales agroquímicas, las amenazas a la seguridad alimentaria o la contaminación genética (ésa que también ocurre espontáneamente en la naturaleza para todo tipo de plantas pero de la que los verdecillos no se suelen preocupar mucho).
El caso es que estos activistas (que tampoco se identifican mucho) piden una concentración en el rectorado de la UB, no se sabe si para cargarse en las muelas de la UB, pedir el indulto al terrorista verde o qué. El cartel acaba diciendo "¡Libres!". Lo juro.
Esto pasa por hacer la digestión los fines de semana tomándose demasiado a pecho los dibujos del Capitán Planeta y dedicarse a planear la salvación del mundo en el bar, entre partida y partida de butifarra, en vez de ir a clase.
El caso es que me viene muy bien porque esto lo puedo relacionar con lo que explicaba Arzak el otro día en el programa de Arguiñano. Presentaba el buen hombre un alimento del que yo no tenía noticia hasta ahora: el colinabo. Un engendro dantesco con forma de col extraña tocada con un penacho de hojas parecido al de los nabos, que presenta un sabor intermedio entre ambos. Por lo visto, tuvo su origen en una hibridación espontánea que se debió de producir cuando a unos agricultores palurdos que no pertenecían a ninguna plataforma ecologista no se les ocurrió nada peor que ponerse a cultivar coles y nabos en lugares próximos. Y claro, como son especies del mismo género se pudo producir fácilmente un híbrido monstruoso, una col modificada con tremendos cambios en cuanto a tamaño, forma, sabor, color, crecimiento y número de hojas que sin duda son la consecuencia de un número desconocido e imprevisible de modificaciones genéticas que podían haber conducido al desastre y que pueden expandirse a su vez al hibridarse con otros tipos de coles, cultivadas o silvestres, y producir una contaminación genética brutal. Sin embargo, este híbrido infernal no provocó el advenimiento del Apocalipsis, sólo flatulencias, me supongo yo, y lo usa Arzak en sustitución del nabo picante por influencia de la cocina nórdica. Y es que el agricultor que descubrió el colinabo por primera vez no sabía lo que era el principio de precaución, ni soltaba pelas a Greenpeace, y se llevó el engendro a la olla como quien no quiere la cosa.

Qué suerte tiene la Naturaleza. Como ella es la que manda, puede crear guarreridas genéticas que nadie se queja; en cambio a nosotros si nos descuidamos nos destrozan el sembrao.
Yo de momento me dedicaré tranquilita a lo mío, a no ser que los tíos del Movimiento de Liberación Animal se cansen también de soltar hurones para que mueran atropellados y vengan a tirarme por el suelo mis cultivos celulares, que al fin y al cabo, también son de animalitos y criaturitas de Dios.

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