10 de junio de 2006

Los frikis de mi vida (I): La Mano Negra

Hubo una mujer que me mató un amor. Venía a clase con pintas de ama de casa que se pone cualquier cosa para fregar. Con gafas de cuando triunfaban los Pecos. La menopausia habia hecho estragos en su cuero cabelludo. La apodé “La Mano Negra”, porque por algún extraño fenómeno ocular su campo de visión lateral se encontraba reducido y cuando proyectaba transparencias no se daba cuenta que había puesto toda la manaza extendida sobre el proyector. Y ella nos decía “Como podéis ver en la transparencia...”. Y monologaba sin girar nunca el cuello. Pero no había huevos de corregirla. Adjunto testimonio gráfico de origen diverso que incluye todo lo que explico y otras cosas más que se habían perdido en mi memoria pero que podéis deducir, dado que las imágenes son autoexplicativas. Yo no miento. Ella nos explicaba “el mundo de lo pequeño”. Me refiero a las bacterias, mayormente, el temario no incluía el micropene de Boris Izaguirre. El mundo de lo pequeño es fascinante. Bacterias primitivas sobreviviendo en las sulfataras marinas, naves arder mas allá de Orión. Los bacilitos tienen forma de croquetita, pero pueden ser más larguitos. Si son redonditos, son coquitos. Pero han de ser perfectamente redondos. Si no son perfectamente redondos, ya no son coquitos. Y así un cuatrimestre, repasando los diminutivos.
La Mano Negra tenía una letra horrible y había perdido el tren de las nuevas tecnologías. Eso explica que nos pasara las tablas con las clasificaciones y características bioquímicas escritas guarramente a mano. Que digo yo que si un enano se puso a escribir en el diario justo cuando estaban derrumbando las putas puertas de Moria, y se le pudo leer, más tiempo tendría ella para currárselo un poquito. Eso fue antes de Navidad y yo me vi partiendo nueces y pasándo las tablas a limpio para poderlas memorizar. Debí poner cara de Sísifo al que los dioses le cambian su roca por una más grande. Y la Mano Negra me pegó unos golpes en el brazo con muchos muchos newtons de fuerza y me dijo ¡”y tú no me pongas esa cara!”. Bueno, señora, pero no me descoyunte.
Su historial médico de índole microbiana ocupaba muchas páginas, que nos fueron pormenorizadas. Como buena cronista, dejé constancia escrita de sus patachungos bajo el título “Historia de una inmunosupresión”. La lista incluye: anginas contagiosas, fiebres reumáticas, tifus, cistitis, estreptococos en los dientes, colitis y otras diarreas. A cálculos en el riñón (“y qué cálculos”, nota de la autora), alergia al melón y al chocolate.

Relacionar el mundo de lo pequeño con las croquetitas es fácil, pero además ella era hábil en relacionarlo con los panfletos feministas. Ya se sabe, las bacterias son pequeñas, y se las ha menospreciado por ello, considerándolas inferiores. Como a las mujeres pequeñas, que pasan por débiles. Y se daba por aludida. Además las bacterias no tienen sexos definidos como los mamíferos, sino que durante la conjugación, la bacteria donante de material genético se denomina “positiva” y la receptora “negativa”. Una nomenclatura claramente falócrata y machista, puesto que parece ser que sólo la que posee esas prolongaciones de índole sexual es considerada la “activa” y “positiva” y la otra bacteria, frigidita ella, “pasiva” y “negativa”. Se le adivinaba un marido de los de antes. ¿Pueden ser frígidas las bacterias?
Una vez hizo una pregunta al Meni. La de la frigidez no, otra. El Meni era un jevi semi autista cuyos pelos le hacían parecer una menina. De ahí el Meni. Se sentaba más atrás, con el Machoman (AKA Thordiosdeltrueno, Cleopatro, Devilman, Apatillaman, Thunderman y Peque), el Caballoman y el Rollero (data not shown). Cantábamos a Dylan cuando le veíamos pasar (“Jou meni taims”...) y el “looof is a meni esplendor zing”...”¿Tú, cómo te llamas?”. “Dani”. ”¿Cómo?” “Dani”. “¿¿Cómo??” Y con la mano la piba se doblaba la oreja hacia dentro, en un gesto que provocó imitaciones mil. “DANI”. Y la voz del Meni era pétrea, cavernosa, australopitecoide. Pobre Meni.
Antes de los exámenes la Mano Negra trajo a clase una bolsa de caramelos y nos los repartió. Para endulzarnos la vida. Ella los necesitaba más que nosotros. Aunque saqué la mejor nota de la clase en el examen (bendita membrana celular) no me puso una matrícula. Según me dijo cuando la visité en su despacho, alejado del departamento para que pudiera regodearse a gusto en sus mascullaciones de marginada incomprendida, no merecía una matrícula una nota tan baja. Una gangrenita la daba yo.
Me gustaban los coquitos. Y más que croquetitas yo hubiera dicho choricitos. La microbiología hubiera podido ser bonita, pero una mano negra lo impidió.

1 comentario:

  1. croquetitas...coquitos...chorizitos...pffffffffffffff,jajajaja. Eres genial :_)

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