16 de diciembre de 2006

El Alquimista Lila-Paulho Coelho

(Traslado aquí la crítica literaria del libro "El Alquimista", publicada en Cal Rafa)

Debo empezar destacando que es difícil abstraer la obra de Coelho de la gran cantidad de subescritores de libros de autoayuda o reflexión introspectiva, más o menos camuflados en cuentos, fábulas y novelas, que se amontonan en la sección de más vendidos de las librerías. Yo lo consideraría un maestro de su género, aunque él, humildemente, jamás se ha considerado tal. Pero es difícil no acusarle de escribir ese tipo de literatura: historias breves, escritas de forma sencilla y con un tono casi didáctico, que animan a la superación personal, transmiten respuestas espirituales y dan 4 consejos sobre cómo solucionar problemas vitales. Más que incitar a la reflexión desde una posición neutra, dan consejos de vecinita hippie, por así decirlo.
Que haya millones de seres que lo consideren un gurú (aunque él no esté demasiado conforme) denota hasta qué punto la gente necesita un pastor, una luz guía, alguien que les haga reflexionar incluso sobre soplapolleces nimias, que les recalque lo más sencillo y se lo dé todo masticadito, en novelitas cortas escritas con sintaxis de primero de la ESO. Y es que no todo el mundo es capaz de sacar conclusiones leyendo a Dovstoievski o a Camus, la gente necesita que le den las lecciones en forma de papillita, en 200 páginas. Esa prosa “sencilla y sin artificios” la he visto en libros del estilo “De dónde vienen los niños”. Los capítulos son cortos, para poder detenerse a reflexionar entre parada y parada de metro. A nivel estilístico poco más hay que comentar, salvo eso, que al señor Coelho se le va la mano con las tijeras de podar y lleva demasiado al extremo de la sencillez. Que una cosa es quitarle la grasa al jamón y otra dejarlo en el hueso.
Paulho Coelho ha dejado dicho en entrevistas que si la crítica no le apoya, es por que es demasiado rígida, que él viene con un lenguaje novedoso, directo al tema. Vamos, la típica explicación de todos los vapuleados por la crítica: es que los críticos no tienen ni idea. ¿Lenguaje novedoso? ¡Pero si ya lo utilizaban los guionistas de Barrio Sésamo en las escenas de Súper Coco! Directo, conciso, sin prolegómenos, sutilezas ni adornos, poco literario, y coqueteando con el reparto de moralina.
Pero Coelho insiste en que sus libros no imparten enseñanzas a no ser que se les saque de contexto, y que sus libros no son maniqueos. Lo de la manipulación de los fragmentos que se sacan de contexto es cierto, claro. Y quizás sus libros no pequen de maniqueos, pero sí de ingenuos y simplistas, incluso atravesando el escollo del lenguaje. Vamos, que tras el fino cristal de la botella hay...aire en el interior igualmente. Aire perfumado, eso sí.
Porque ese simplismo encierra una amenaza y es que los personajes carecen de fuerza dramatica (al menos, de la fuerza que se les supone a unos personajes de novela, no de libro de autoayuda). Son inconsistentes, demasiado impenetrables, no se ayuda a comprender sus ideas, no parece que razonan si no que otra fuerza les impulsa, resultan superficiales, esbozados. Son puro símbolo. El desenlace de la novela también se huele desde el principio. Los resultados son predecibles: el héroe lo consigue (sea lo que sea), aprende la lección, que felices somos todos, ha costado pero al final nos lo pasamos super chupi y hemos aprendido un montón, ahora somos mejores personas.
Expliquémonos dando detalles.
El protagonista es un pastor, Santiago, que abandona sus ovejas para llegar a cumplir su sueño, su “Leyenda Personal”, alcanzar “el tesoro” (obsérvese la originalidad de la propuesta, nunca vista antes en la literatura simbólica). Para ello viaja y alterna con personajes que le ayudan o desvían de su objetivo. Los personajes son simbólicos y de lo menos originales: el pastor, el rey sabio (que habla de tú a tú con el pastor, por supuesto), la adivina gitana, la muchachita árabe (súper mona de la muerte, por supuesto), el amigo que después resulta ser un ladrón (por supuesto), el alquimista (cómo no)... Se supone que el uso de tantos simbolismos es una forma se representar “el lado femenino” de la creación, o al menos es lo que e lautor ha dejado dicho.
El libro se inicia con un prólogo que incluye una historieta cursi sobre la Virgen y el niño, así como una cita bíblica, para que no pase por alto el trasfondo religioso y católico de las enseñanzas del libro (la religiosidad personal es algo que no oculta el escritor en sus entrevistas).
Rápidamente empiezan a menudear perlas del pensamiento filosófico occidental, del estilo “las ovejas se han acostumbrado a sus horarios”, “es porque las ovejas enseñan más que los libros”, “es precisamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace la vida interesante”, “se ama porque se ama”, “no hay ninguna razón para amar”...¡Qué profundidad de percepción de las ansias vitales y la problemática de las relaciones humanas! Los diálogos también son del estilo.
Y es que la conclusión del libro (después de las andanzas algo caóticas entre personajes de gran calado simbólico) es que El Amor (no sexual, se entiende) es la fuerza que transforma y mejora el Alma del Mundo, que es parte del alma de Dios, que es la suya propia también. Obsérvese la inclusión de Dios en la ecuación.

Cuando un noble impulso alienta el corazón de un hombre, la naturaleza entera aúna esfuerzos para que pueda llevarlo a la práctica. Ese es el tema que subyace bajo la novela "El Alquimista”. O como dirían los castellanos, “si naciste para martillo del cielo te caen los clavos” o “Dios proveerá”. Lo cual es una soplaguindez, una ingenuidad y una absoluta falta de respeto hacia la gente a la que la vida no le da la recompensa que se merece, que son muchas. Mientras los espabilados y listos cometen tropelías para conseguir dinero y riquezas, mucha gente esforzada sigue a dos velas porque el universo debe estar entretenido ayudando a tíos lilas como Santiago a realizar su leyenda personal, en vez de ayudarles a ellos. No, lo lamento, pero no sólo basta un noble corazón para que todo salga a pedir de boca y se cumplan tus sueños. Y quien diga lo contrario está incurriendo en un vil engaño. Pero es agradable oirlo, a ver si a fuerza de que te lo repitan te lo acabas creyendo. Vienen a ser como un analgésico sin pastillas.
Según queda escrito y para que nadie lo dude: "El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos. Cumplir su Leyenda Personal es la única obligación de los hombres. Todo es una sola cosa. Y cuando quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu deseo." Con dos cojones. Esa frase me resulta profundamente antihumanista. Además en mi caso la conspiración debe de ser dificultosa porque aún está el Universo en ello. Paciencia y pim-pam.
Pero sigamos hablando de El Amor. El amor que se describe es etéreo, espiritual, y completamente anti-pragmático, poco práctico, y nada erótico. Pero muy absoluto. En plan “el destino ha querido que te amara, te amé desde antes que existieras, sólo te amaré a tí”. Vamos, que nada de esas teorías científicas sobre la oxitocina, ni leches. Se supone que es un amor incondicional, sin una causa concreta, pero evidentemente tampoco es hormonal, porque eso sería muy poco romántico. Raro que no haya decidido simbolizar ese amor de una manera más etérea, y no con una simple historieta de enamoramiento heterosexual entre adolescentes. Porque es demasiado poco inspirado.
Porque sí, señores. En la historia hay “chica”. Cómo no. La “novia de”. De hecho hay dos personajes femeninos. A este respecto en la novela se percibe un sutil machismo. No me refiero a que los únicos personajes femeninos que aparecen (la hija del comerciante y Fátima) sean personajes “de fondo” (no ya secundarios, es que son terciarios o cuaternarios!), ni que el protagonista las llame “niñas”, si no que responden a un cliché arquetípico de lo menos espiritual (en cuanto a profundo).
Empecemos por el personaje de la hija del comerciante. Es guapa y por eso se supone que el protagonista siente inmediatamente hacia ella un amor místico super espiritual de la hostia, un flechazo universal muy potito y muy herboso que después nos enteraremos que no era para tanto, que era sólo un rollete, porque la que se lleva el gato al agua es Fátima. Pero a destacar la conversación que se establece entre los personajes, donde con inigualable maestría de experto literato, el autor concentra en pocas líneas una contenida pasión, un océano de fuego, un ardor amoroso que a duras penas se puede esconder, un magnetismo animal, una electricidad arrolladora, una atracción que supera cualquier barrera:

-Necesito vender algo de lana.
-No sabía que los pastores fuerais capaces de leer libros.
-Es porque las ovejas enseñan más que los libros.
-¿Cómo aprendiste a leer?
-Como todas las demás personas. En la escuela.

Vamos, que me recuerda a las típicas conversaciones triviales de ligón no suficientemente borracho en una discoteca.

-Hola
-Hola
-Bailas?
-No sé...
-¿Llevas mucho tiempo aquí?
-...Bueno...

Vamos, que ya se nota que la novela es del rollito espiritual, quien quiera hormonas, carne, sexo, erotismo, cuerpo, materialidad, testosterona, mordiscos entre sábanas, aquí no los va a encontrar. El Amor no es eso.
La siguiente mujer es Fátima, la mujer que realmente enamorará al héroe (de la misma forma tibia y etérea que la anterior), y que decidirá, cual Penélope, esperar de brazos cruzados a que el protagonista realice su leyenda personal. Es de suponer que porque ella no tiene más leyenda personal que esperarle a él, claro. Y es que ya se sabe que, cuando deseas con fuerza una cosa, el Universo confabula para que te topes con la pava más sosa del mundo, con horchata en las venas y que esté dispuesta a esperarte lo que haga falta incondicionalmente. Ahí está la planura machista del personaje. Podía haber sido una chica de armas tomar, y haberse resistido sibilinamente a que el héroe marchara, insistiéndole en que se quedara echando mano a sus artimañas de seducción (ahhh, la vieja disyuntiva entre el amor y la realización personal, qué gran dilema espiritual, que nunca pasa de moda), o haberle dicho que nones, que si se va, ella se busca a otro, o haberle propuesto acompañarle para buscar la leyenda personal juntos (¿qué tiene de malo esta opción?). Pero no, es un personaje totalmente pasivo e inactivo, muy en su papel de mujer sumisa de “no te preocupes cariño, tu vive tu vida que yo me quedo aquí esperando a que vuelvas, como es el deber de toda mujer con el hombre al que ama”. A juego con lo empanao que parece el protagonista. De esta manera el protagonista tiene vía libre de obrar según lo que le diga el Universo sin sentimientos de culpabilidad. ¡L’amour!! Porque está claro que el mensaje del libro, que el mayor tesoro que se puede encontrar es El Amor, se descubre cuando dejas a la piba lejos y te vas por esos mundos, en vez de quedarte con ella y formar una familia. Claro. Es que en el salón de tu casa, pocos Tesoros Universales vas a descubrir. Tienes que viajar una buena tanda de kilómetros. Eso lo sabe hasta el Tato. A no ser que seas Kant y puedas permitirte no salir de tu pueblo, claro. El viejo lugar común del viaje como requisito para obtener las respuestas vitales. Yo creo que Iberia está detrás de todos estos libros, metiendo dinero bajo cuerda.
Y es que los arquetipos de “escucha a tu corazón” y “el destino te hará llegar a donde debas” son una constante. Así de fácil, así de rápido, así de original. En definitiva: los planteamientos no son originales, vende espejismos baratos, ¡¡y con gran éxito!! Lo de escuchar a tu corazón queda bien en las canciones de Roxette, pero un tío con los huevos negros ya debería tener prudencia a la hora de aplicar esa frase. No pueden dejar de chocar las contradicciones. Hablando del Amor, confunde el amor entre las personas con el Amor de Dios. Hablando de la fuerza individual, los personajes son marionetas en manos del Universo. Pero vamos a ver, ¿en qué quedamos?
En fin: novelita sencilla y buenrollista sobre buenos sentimientos y respuestas etéreas a las dudas de la existencia. Yo me quedo con su optimismo recalcitrante, su positivismo, sus ánimos de superación personal (que nunca están de más), su capacidad para saber tocar la fibra sensible de la gente y el toque naïf rico en glucosa. Eso es lo mejor de la novela. Sobresale como ejemplo inmejorable de la filosofía del autor (superior a las novelas posteriores), y es el típico libro que deleita a quien se siente identificado con las ideas que se transmiten, pero que a un lector algo más cínico y crítico le resultará vacuo, ingenuo, un puro cuento de hadas, e incluso, si lo lee en una buena racha, directamente insufrible por la superficialidad y simplismo de los conceptos.
Yo lo compré muy recomendado y sentí que tiré el dinero. Debió ser que no lo leí en pleno síndrome premenstrual y no me conmovió según lo previsto. ¿Seré una criatura perdida y poco espiritual, que no ha sabido encontrar el Amor? Me arriesgaré.

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