Pues nada, ya me he pulido la historia de marras, que en vez de "La masai blanca" podría haberse titulado “Los samburu son de Marte, las suizas de Venus”, y que te deja mal sabor de boca por la cantidad de contratiempos y desgracias que tiene que soportar la protagonista, hasta el punto de que dejas de burlarte de su encoñamiento y la empiezas a entender. Después de leer el libro, me he liberado de ciertos prejuicios que tenía, he de reconocerlo. Mea culpa.
Y el caso es que en la historia también hay momentos cómicos entrañables, como el ya descrito en el que el chorbo y otra amiga se quedan flipando mientras ven que los espaguetis se van poniendo blandos, y se niegan a comerlos porque dicen que son gusanos, y la salsa de tomate, sangre (¡¡y eso que ellos beben sangre!!). O cuando alucinan pepinillos cuando oyen sonar voces y música en un radiocasette. Otro momento muy cómico es en el que la protagonista regala una muñeca a su sobrina política y la pobre sale huyendo despavorida porque se piensa que es un niño muerto. Pero una vez que se acostumbra a que los ojos se abran y se cierran, le coge el gusto.
Y bueno, la pobre mujer vive sus momentos de calma y felicidad, hay que reconocerlo, y de buen sexo, aunque no menciona nada sobre el tamaño del maromo, muy discreta ella. Lo que pasa es que da la sensación de que son demasiados pocos momentos buenos, y muchos malos.
En general la historia es un acúmulo de desgracias y dificultades. Odiseas burocráticas, miseria, condiciones higiénicas y sanitarias horripilantes, hambre, constantes problemas con el coche que está a puntos de costarles la vida y de arruinarles, dificultades de comunicación…Y la verdad es que la tía los supera todo con un par de ovarios, eso no se puede negar. Y jamás deja de amar a Kenia y de sentirse a gusto en ese país.
Los problemas de salud son casi lo peor. La protagonista contrae malaria y queda para el arrastre. Anémica perdida, infraalimentada, con crisis de malaria intermitentes, se queda embarazada (se casa de penalti, jejeje). Con una anemia de caballo, la tienen que poner transfusiones de sangre en pleno apogeo del sida, y encima, darle medicación. El feto es más débil y pequeño de lo normal y temen por su vida y por tener un parto prematuro, en un sitio donde no existen incubadoras ni equipos de reanimación neonatal. Pero al final la protagonista se traslada a tiempo al hospital de la misión y logra tener “un parto a la occidental” (que dentro de lo malo ya puede darse con un canto en los dientes) y todo va bien. Después de eso, contrae una hepatitis muy virulenta y no contagia a su hija de milagro. Y después las dos tienen sarna. Vamos, que la pobre vive para contarlo de milagrito.
La escena del parto de la otra mujer es aún más duro que en la película. Esa mujer no es una desconocida si no la mujer del maestro, que se supone que es una de las personas cultivadas del pueblo. Efectivamente, le sale el brazo del niño por la vagina porque está en mala posición. Ella misma busca a la protagonista porque es la que tiene coche, y el médico del pueblo no está. Pues bien, la protagonista es incapaz de actuar allí mismo y se limita a llevarla en coche al hospital, pero a medio camino el coche se para, como sabemos. Y ha de ser la propia parturienta la que ponga de cuclillas y se meta la mano para tirar del brazo del feto y sacárselo. El feto es un sietemesino muerto. Después llegan al hospital y la mujer se recupera. Pero para que veáis cómo está el percal, el maestro no se digna a preguntar ni media palabra sobre el estado de salud de su mujer, se la refanfinfla todo, porque allí la vida de una mujer vale menos que la de una cabra. Y no sólo eso si no que el médico del pueblo encima le dice a la protagonista que si el niño nació mal es porque la madre no lo quería, y que con su fuerza mental hizo parar el coche para no llegar a tiempo al hospital.
Pero de todos modos, la protagonista sobrelleva los problemas de salud con bastante entereza. Lo que realmente estropea su matrimonio son los celos del marido, que empiezan incluso antes de la boda, aunque se agudizan después. Las peleas y discusiones son continuas. Os estoy hablando de escenas como de acusar a la prota de que el aborto de cabra que esta en el suelo “se le ha caído a ella”, o de repetir que la hija de ambos no es suya y de acusarla que se acuesta con cada hombre que se cruza con ella. Hay una escena en la que ella se levanta por la noche para hacer pis pero él no la cree y la obliga a enseñarle con una linterna dónde está el charquito. Eso es lo que realmente mata el amor, pero según el samburu, se debe “a que conoce a otras señoras” y cree que la infidelidad es habitual en las mujeres, por eso no de fía ni pizca. Además los negros del país se ponen a ofrecerse como boyfriend a toda blanca que pasa, y él sabe que oportunidades de ponerle los cuernos, no la faltan. Pero vamos, al protagonista se limita a llevar su tienda y a ser amable con los que son amables con ella, y siempre repite que le quiere sólo a él y que han dejado de fascinarle los otros hombres.
Así que bastante aguanta la pobre, que se pasa casi todo su matrimonio llorando. Además es una tía echada para delante porque pone una tienda de comestibles, después un disco bar con alcohol y música que es todo un éxito, después una tienda de ropa y bebidas y después en Mombasa, una tienda de souvenirs. Superando todo tipo de problemas matrimoniales y burocráticos, y manteniendo ella a la familia. Vamos, que la tía es una empresaria echada pa'lante digna de admiración.
Pero sus esfuerzos no sirven porque al final lo tiene que abandonar todo y huir con lo puesto a Suiza. A veces da la sensación de que si no hubieran existido los problemas de comunicación, la cosa podría haber sido de otra manera. Porque realmente, los primeros prejuicios que tiene uno al oir la historia, no se cumplen.
Para empezar, la protagonista está a gusto con el estilo de vida del poblado, aunque la atormentan los mosquitos y la suciedad. Pero cuando viaja a Suiza, siempre desea volver a Kenia porque con el lujo se sienta mal, prefiere la vida “romántica” de allí. África la tiene enamorada. Eso lo dicen muchos que han estado allí, no sé si será que el olor de moñiga embriaga. Con la suegra no se lleva mal, todo lo contrario, es buena gente, y si se va de su casa es porque se casa, no porque no pueda soportar estar con ella. La alimentación es mala pero ella se acostumbra y se queja poco de eso, sobre todo cuando abre la tienda. Además el maromo “le perdona” la ablación a ella antes de la boda y convence a las mujeres del pueblo de que a las blancas nos ablacionan al nacer, y no antes de la boda.
La suiza aprende algo de masai y de suahili, y mejoran con el inglés tanto su marido como ella, pero aún así en las crisis ella se limita a negar la mayor y llorar en vez de demostrar racionalmente que las acusaciones son falsas, o de convencer al marido de que cambie y se intente adaptar a la independencia femenina occidental. Porque la clave es esa: desconfianza ante la independencia femenina, que lo mismo te puede pasar con un masai que con Alfredo Landa en los años 60. Es cosa de los hombres de cierta generación.
Una lástima, porque el protagonista masculino (que de apellido se llama Leparmorijo, como si fuera de Cáceres, juaaaas) caía simpático; tenía buenos detalles a veces, era muy alegre, se tomaba bien las cosas, la ayudaba en cosas del hogar exponiéndose a las burlas, quería muchísimo a su hija, jugaba con ella un montón, parecía que intentaba adaptarse a algunas cuestiones occidentales…Pero “se estropea” al final, porque se vuelve medio alcohólico, neurótico y celoso compulsivo.
Y el caso es que la blanca se vuelve a Suiza amándole, y él se queda en Kenia amándola sólo a ella, no le pone los cuernos…Es simplemente que los celos hacen la convivencia imposible. Además que la cosa no pintaba bien para la hija: el día que la casaran con vete a saber quién, le tocaba la ablación, y el marido estaba de acuerdo…
Así que una pena. En contra de lo que suele pensar la gente, al final sí que la cosa hubiera podido ir bien, si el masai hubiera sido de otra mentalidad, y si la suiza hubiera actuado de otra manera en algunas cosas, quizás sí que la cosa podría haber progresado… Y es que no hay nada como leer estas cosas para darse cuenta de que, pese a todo, virgencita que se queden los españoles como están, al menos los de mi generación, que no te dan la brasa cuando cruzas cuatro palabras con el panadero, aunque de todo hay, claro que sí, que queda mucho "africano" suelto por ahí...
Sic transit gloria mundi
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