23 de junio de 2007

Elogio (indirecto) de la discreción

Mi pereza me sigue impidiendo llevar a cabo el acto prudente de ir siempre por la calle con los auriculares puestos escuchando música a toda pastilla, lo cual me evitaría atender a jubilados aburridos y entrometidos varios. Ahora he retomado "la Cartuja de Parma", típico libro que te hace comprender por qué Stendhal ha pasado a la historia de la literatura universal y Lucía Etxebarría seguramente no lo hará. Pero es que desenrollar los cables y ponerme a rebuscar qué canciones del minidisk no he escuchado ya choporrocientas veces me resulta cansino. Además me impide atender a conversaciones humanas de la gente que no conoce el significado de la palabra discreción y habla de ciertas cosas y con un volumen de voz impropio de una persona educada, al menos en el siglo XIX del planeta Angainor donde vivo yo.

Como el del otro día en el autobús, en el que un humano de los que yo creía que estaban fuera de mi radio social le contaba a un colega, con el que se había encontrado tras muchos años, que también se había divorciado, que ahora estaba con una latina, pero sólo para follar, que iba en bus porque había tenido un accidente con el coche...na, siniestro total al salirse de una curva. Que tenía que comprarse otro coche...cuando le devolvieran el carnet. JUUAAAS. Vamos, que no debió salirse de la curva poara evitar atropellar a un perro. Y el amigo, que ya tenía una edad, comentando cosas similares, entre otras, que a él también le habían retirado el carnet. Y yo que pensaba que eso era muy poco frecuente. Vamos, unos individuos de los que no te hacen extrañar que en las noticias de Antena 3 aparezcan tantos sucesos truculentos. Toda esta conversación casi a grito pelao, claro; estaban en la parte de atrás del autobús y seguro que les oía el conductor.

Otra conversación fue la de una pija de la parada del bus con su yaya (eso sí que lo envidio, no tener una abuela con la que te puedes contar cosas) en la que la explicaba que estaba muy mal en su curro, que la habían cambiado de sitio porque realizaba mal su trabajo, y que en realidad se pensaba que la estaban haciendo la cama. Que era muy estresante creerse constamente evaluada y blablablabla. No es prudente hablar así de sí misma en un sitio donde te puede oir mucha gente, pero me sentí identificada. No porque me pasara como a ella exactamante, si no porque realmente es duro trabajar en un sitio en el que todo el mundo te considera una incompetenete, te tratan de cabeza de turco y te restriegan casa falta, cuando tú te callas los fallos de los demás.

En el apartado de conversaciones femeninas que te hacen preguntarte si no sería mejor iniciar una campaña de esterilización masiva, recuerdo una de ayer, en el comedor de estudiantes. Hay unos sillones donde los grupetes y novietes se sientan y hablan en volumen alto sin reparar que fastidian al resto de comensales. Eran tres amigas con aspecto de buenas estudiantes, típicas licenciadas de provecho, pero de las modernas, o sea, de las que tienen un tatuaje donde la espalda pierde el nombre y de las que si no tienen un piercing es porque no quieren, no porque sean unas rancias. Típicas mujeres con carrera, que representan el futuro de este país, que educarán a los futuros niños de España, con carácter y seguridad en sí mismas. Bueno, seguridad en sí mismas a lo mejor en el fondo no, pero hablaban con un volumen y unas actitudes de chicas superchupis. Porque la mitad de la conversación discurrió sobre las dudas de si estaban enamoradas o no, de si no saber qué hacer con cierto chico que no saben si les gusta o no les gusta, criticar las relaciones de los demás, hablar de tal chica (licencianda como ellas, asumo) a la que sólo le gusta hacerlo sin condón y sin la píldora, con los consabidos sustos, y filosofías sobre lo bueno que es hacerlo sin condón y similares. Después pasaron a comentar, para la interesada audiencia, que una de ellas lloró cuando le vino la regla y otra, en pleno ramalazo feminista, aprovechó ese día para saltarse la clase de educacón física. La que lloró además tenía un problemón personal enorme porque estaba apuntada a natación pero tenía que ponerse bañador. Y claro, había decidido no ir a natación, porque los bañadores son antiestéticos, son más bonitos los bikinis. La depilación también salió a relucir, y con ella la incapacidad de realizar según qué actividades si no tienes bien depiladas las ingles. Y aseveraciones del estilo que demostraban su fuerte personalidad y lo clarito que tenían todo en esta vida, rubricadas con la frase mítica de "es que todos los tíos son tontos, és increíble ver cómo son capaces de hacer cualquier cosa por un par de tetas". Sexo, regla, físico y androfobia: los cuatro elementos clave de una conversación moderna entre chicas de hoy en día. Ahora que lo pienso, esas tres me recuerdan mucho a ciertas conversaciones de mis compañeras marujas. Mujeres con carrera y futuras madres de España.
Así que, o soy masoca, o es cuestión de comprarse un Ipod superligero y tenerlo siempre colgado.

1 comentario:

  1. Espero que no sea cada vez más difícil encontrar una chica que no sea así, porque si ése es el futuro que nos viene encima, me marcho a una ermita.

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