Cuando estaba haciendo la tesis, el infierno que vivía con mis compañeras eclipsaba cualquier otra miseria de mi vida. Eso me ha impedido descubrir a tiempo que no brillaba tanto lo que yo creía que era oro. Aunque ahora mi estatus en el trabajo es mucho mejor, me lamenta descubrir que en todos sitios cuecen habas y que los mismos fantasmas siempre te persiguen.
Las compañeras cotorras, maledicentes y marujiles se han transmutado cual Pokemons en versiones pavas de los mismos demonios, contribuyendo a agrabar mi preocupante misoginia. Los primeros piques han aflorado. Todo es tan repetitivo que aburre.
Necesito recopilar toda la energía cósmica posible para acercarme al zen, chocarme en el supermercado con Ramiro Calle, respirar de forma abdominal, darle caña al cuenco tibetano, limpiar mi karma.
Sigo persiguiendo mi zanahoria.
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