Por ejemplo, en el trabajo, soy la única de 10 mujeres que no tiene jamás jaquecas ni migrañas. Me callo mis achaques y presumo de que nadie se entera cuándo me ha bajado la regla. Francamente, no hago un mundo de lo que me pasa y lo me duele me lo aguanto. Constantemente mis compañeras parlotean sobre sus idas y venidas a distintos médicos, su amplia farmacopea, todos los remedios que se toman y sus múltiples preocupaciones de salud. Toman ibuprofenos como si fueran gominolas. Curiosamente se quejan del ruido cuando les duele la cabeza cuando a ellas les tendrían que poner una multa por contaminación acústica a diario, de tanto que parlotean.
Por eso celebro haberme topado en la red con el blog de un neurólogo especialista en migraña que tiene un enfoque novedoso. En vez de hinchar a sus pacientes migrañosos con analgésicos cada vez más potentes y de animarles a que huyan de todo lo que les provoca los ataques (luces, ruidos, viajes, alimentos especiales…), tiene la teoría de que el dolor migrañoso es la salida de olla de un cerebro hipocondríaco, malcriado y amariconao por la sociedad y la cultura en la que vivimos, que ve peligro físico en cosas cotidianas absurdas y que la solución es no vivir sometido a sus arbitrarios designios si no echarle un pulso y convencerse de que tal peligro no existe, para que poco a poco el cerebro vaya acostumbrándose a que ese peligro que advierte no es tal, y deje de interpretar la exposición a lo que sea como una amenaza y se ponga en alerta mandándonos mensajes dolorosos.
Es equivalente al amariconamiento del sistema inmunitario que puede provocar alergias a cualquier cosa que objetivamente no tendría por qué hacernos daño: pelos de gato, melocotones…Pero con una importante diferencia. Mientras que echarle cojones al asunto y exponerse al alérgeno nos puede provocar la muerte y no hay que tomárselo a broma, el cerebro migrañoso no nos va a matar porque no le obedezcamos y no huyamos de todas las luces, del chocolate o la cafeína. Tenemos que domar a nuestra mente. Sólo puede haber un jefe, y lamente es un jefe muy malo y agobiante.
El blog es interesantísimo aunque las entradas no dejan de repetir la misma filosofía una y otra vez. Os pego algunos párrafos que resumen bien su punto de vista:
El dolor es una percepción proyectada por el cerebro hacia la pantalla consciente para expresar una evaluación de amenaza necrótica consumada, inminente o simplemente como probabilidad.
Si el cerebro estuviera dotado de superpoderes predictivos haríamos bien en someternos a sus propuestas perceptivas pero no es así. El cerebro en temas de seguridad interna es catastrofista, hipocondríaco, alarmista ... y absolutamente despiadado e indiferente respecto a lo que pueda hacer sufrir al individuo al activar sus miedos somáticos.
(…)
Cuando el cerebro ve peligro en los fines de semana, los viajes, el chocolate, el vino tinto, los cambios hormonales, la comida china o las zanahorias... podemos y debemos hacer un corte de mangas y objetar desde la consciencia, desde el conocimiento, ya que la propuesta perceptiva cerebral del dolor para que nos quedemos en el cuarto oscuro, vomitando... es absurda.
Si obedecemos al cerebro migrañoso estamos perdidos.
(…)
Colabore con su sistema inmune. No tiene opción de desobedecer. Le va en ello la vida.
Objete y desobedezca a su cerebro. Le va en ello su libertad.
(...)El cerebro occidental es un cerebro alarmista, criado en el "todo puede doler", desde el chocolate al viento Sur, y en el "tenemos solución para todo, consulte a su médico".
El cerebro del padeciente occidental enciende las alarmas en la cabeza por mandato de la cultura que le ha criado y espera que el padeciente obedezca los mismos dictados: no coma chocolate, no se implique tanto en ese trabajo que en el fondo ¡le gusta! o que se quede en casa si sale viento Sur. Por supuesto: si duele... debe tomarse "el calmante": la molécula mágica que elimina el peligro necrótico, las infecciones meníngeas, las roturas arteriales, las inflamaciones y cualquier otro incidente de muerte violenta en el interior del cráneo.
El cerebro occidentalizado se desespera si a pesar de los calmantes y la vida monacal el dolor sigue ahí. Deduce que algo no anda bien dentro de la mollera y que hay alerta roja, con previsión de alguna catástrofe. De ese pánico surge el dolor extremo, las nauseas, la intolerancia a los estímulos del exterior, de la vida corriente.
El cerebro occidental se viene abajo si el dolor de cabeza no se disuelve con el an-algésico. Pide otras soluciones, nuevos remedios. El mercado investiga sin desmayo la novedad. Debe aprobarse por los guardianes de la eficacia científicamente demostrada y ser amortizable. Quien consiga un producto nuevo con el label de
Etc. Aparte de este blog, que recomiendo leer concienzudamente de arriba abajo, recientemente ha aparecido en otro blog médico que sigo mucho una queja sobre la imagen que se tiene de la mujer desde la industria farmacéutica.
Y es que las que más se preocupan de su salud y la salud de toda la familia, las que transmiten oralmente la cultura "saludable" a los hijos, la que enseñan con sus actitudes cómo responder al dolor y las vicisitudes físicas de la vida, son las mujeres (y madres). Y las mujeres de ahora no son como nuestras abuelas, que dejaban el azadón para irse a parir a su casa como quien no quiere la cosa, se abanicaban cuando les daba un sofoco menopáusico sin darle muchas más vueltas, no tenían una mala dermatitis pese a dedicarse a limpiar pocilgas, si les dolía la tripa cenaban caldo, no pisaban un hospital salvo cuando iban a morirse y si un hijo lloraba porque se hacía sangre en la rodilla, le daban un par de hostias para que se callara.
La esencia de la feminidad actual, criada a los pechos de los catálogos que pretenden hacernos pasar por revistas, las series de pijas y las madres modernas y “atacás”, reside a hincharse a ibuprofenos en cuantito te viene la regla (cosa que anunciarás a bombo y platillo porque se trata de parecer moderna y de no considerar que la regla es un tabú), tomarse una aspirina al menor dolor de cabeza (y sucede a menudo), y parlotear amistosamente sobre todos tus dolorcillos, achaques, herpes, problemas de piel seca, contracturas musculares y cansancios varios que te impiden ir a trabajar, al menos una vez al mes. No exagero, mujeres así existen y las aguanto a diario. Felices neuróticas a las que la industria farmacéutica ya ha convencido de que la menopausia es un preocupante trastorno que debe combatirse con terapia hormonal sustitutiva y varios fármacos porque de lo contrario no hay quien la soporte y es un sinvivir. Que se atiborran de medicamentos para combatir cualquier dolor y que atribuyen a los químicos modernos la cantidad de dermatitis atópicas, asmas, psoriasis y jaquecas que padecen. Además extienden sus preocupaciones y angustias a la salud de sus hijos, que ya no juegan con perros no vaya a ser que les laman en la boca ni corren en el campo por si se dan una hostia y vuelven sangrando.
A mí esta clase de mujeres me cae muy mal, me alejo cuanto puedo y en casos extremos me pongo el ipod para no ir su cháchara neurotizante sobre esos achaques que tan unidas les hace sentir. Por eso no les voy a recomendar el blog de Arturo Goicoechea: en el fondo creo que se merecen todas sus migrañas y dolores de cabeza, y trabajo mejor cuando ellas periódicamente se quedan en su casa de baja, ya sea por la regla o por la jaqueca. Sin tanto parloteo la verdad es que aumenta la productividad un montón y se trabaja más concentrado y tranquilo. Así que las deseo una pésima salud de hierro, y que las aguante sus costillos, esos santos.
Yo siempre he visto que mi madre tampoco era en eso como las otras madres. Cuando yo era pequeña, mis amiguitos tenían un amplio historial de medicación y urgencias, porque sus madres eran de los que les llevaban corriendo al médico en cuanto tenían gripe o fiebre. Cualquier corte requería supervisión, antibióticos y puntos, para que la madre neurótica se quedara tranquila. A mí en cambio me costaba Dios y ayuda convencer a mi madre de que me pusiera una puta tirita en un corte o una gasa en una quemadura. La mercromina (o el yodo) era un desperdicio, sale más barato limpiarse las heridas con jabón (aun antes de que la biblioteca Cochrane ya dejara claro que el jabón es más que suficiente). Un golpazo tremebundo provocado por una caída que te cagas desde un columpio o una silla se solucionaba con una bolsa de hielo en el chichonazo y no requería ningún TAC. La fiebre se remediaba con un vasito de leche y a dormir. La mucosidad espesa, poniendo gotas de agua templada con sal en la nariz y aspirando (mi madre, que es más bruta que un arao, calentaba mucho el agua y me la ponía ardiendo, así que se remedio era una tortura). Cuando me dolía la tripa, mi madre decía “eso yendo al cole se te quita”, así que no había motivo ninguno para estar de baja nunca. No dejaba espacio para la “cuentitis infantil”. No era de las que chillaba angustiada si me metía un puñado de tierra en la boca ni se consideró mala madre cuando me dio una hepatitis. Cuando un médico la recomendó que me apuntara a natación para evitar que la escoliosis fuera a peor, ella hizo caso omiso. Sólo se preocupaba de las enfermedades realmente importantes, y de esas hay muy poquitas.
En fin, que no me extraña que con ese bagaje educacional y cultural yo haya salido tan poco achacosa, desconfiada de los médicos y reacia a la medicación salvo en casos puntuales. La información que tengo de sus malos hábitos y escaso rigor científico han hecho el resto. La independencia de criterio y el desdén hacia lo que veo a mi alrededor también contribuyen la tira.
Por eso las teorías de Goicoichea no me parecen extravagantes. Contracorriente sí, porque el mundo da asco, la peña está amariconada perdida y echada a perder y no hay nada que hacer con tanta gentuza, es predicar en el desierto, pero creo a pies juntillas en sus exposiciones y creo que mucho (y sobre todo mucha hipocondríaca) lo que necesita son unas vacaciones en la selva comiendo bichos, sin lavarse y sin farmacias cerca. Y sobre todo, sin otras mujeres alrededor que la hagan sentirse normal e integrada cuando en realidad es una quejica que no aguanta nada y debería ser una marginada social, por plasta, inútil, contaminadora y cansina.
Que la fibromialgia, la fatiga crónica, y el síndrome de intolerancia química múltiple, pese a quien pese, cada vez tengan más puntos para ser consideradas enfermedades psicosomáticas, va también en la misma línea.
Que conste que ni Goicoechea ni yo menospreciamos las migrañas; simplemente venimos a decir que ni la gente ni los médicos las están atribuyendo a las causas correctas, y que la solución que tienen es otra. Y que no somos si no víctimas en el mundo en el que vivimos, solo que unos con más lucidez que otros.
bueno poste :)
ResponderEliminarMe he reido y disfrutado mucho con lo que cuentas de mi blog. Veo que has captado perfectamente lo que defiendo.
ResponderEliminarGracias por la referencia.
Jajajaja.
ResponderEliminarQué genial, me he reido a carcajadas.
Y tiene usted razón, esos ambientes en los que triunfa la exhibición del malestar propio y ajeno son insufribles.
Muchas gracias por el buen rato.
Gracias por los comentarios positivos, la verdad es que me sorprenden por lo agresivo y políticamente incorrecto del post...XD
ResponderEliminarMe he identificado con tu punto de vista, que en dos generaciones hemos pasado de trabajar como bestias de carga a gilipollas de los de 'niño, no toques que es caca'; así que no podemos esperar que la siguiente generación sepa por dónde anda.
ResponderEliminarPero tengo algo que objetar: mi mujer tiene fibromialgia. Ello le impedía cumplir con su trabajo, del cual se sentía muy orgullosa. Su jefe, comprensión 0; no le trae cuenta adaptar horarios o reducir desplazamientos a una persona muy cualificada y experimentada cuando puede traer a una persona no cualificada y sin vocación, pero mucho más barata. Mi mujer es casi incapaz de concluir una jornada laboral, y coge cantidad de bajas; un día le llama un inspector médico a su despacho y, con grandes muestras de sarcasmo y de crueldad, la acusa de vivir del cuento. Según él, la fibromialgia NO ES INCAPACITANTE, y mi mujer es una histérica (bueno, ya sabemos como son las mujeres y tal) que se lo monta muy bien.
Ella no resiste más la presión, y renuncia a su puesto de trabajo. Sin paro, sin derechos, sin nada. Su autoestima a la altura de la mierda, entra en depresión, la mandan al psiquiatra, lo cual no la ayuda en nada...
A fuerza de coraje (ella tiene mucho de eso) y, quiero creer, de mi apoyo, se ha ido rehaciendo. Hoy en día hace ya tiempo que ha salido del mal bache; con gran esfuerzo, se las arregla para trabajar desde casa unas pocas horas a la semana y para cuidar la huerta, su otra pasión. Ello le absorbe todas sus energías; su vida social es muy limitada, apenas sale de casa. Nuestros amigos (los que merecen la pena) saben lo que pasa y comprenden que no salgamos de copas con ellos, o que sólo vaya yo, y vienen a veces a casa a verla a ella sin ser plastas ni quedarse a comer. Otros amigos (los que piensan como el inspector médico) hace tiempo que se fueron por el sumidero.
Hoy ella es una persona que ha encontrado el equilibrio. Sabe lo que puede hacer y lo que no; trata siempre de reducir al mínimo su medicación, planifica sus actividades cuidadosamente para no agotarse y tiene sus días buenos y sus días malos, como tú o como yo. Sobre todo, ha vencido a la depresión.
Lo que más daño le ha hecho desde el principio es la incomprensión por parte de muchas personas ante una enfermedad difícil de diagnosticar y sin consecuencias visibles.
Es, no obstante, cierto que hay personas que padecen la enfermedad como si fuera un 'Ay de mí' constante, que debería de dar mucha penita a todo el mundo. Mi mujer ha conocido a muchas así, y recomienda vivamente a cualquiera evitar su trato a toda costa.
Jodé, me he pasao tres pueblos con mi comentario! Si te parece excesivo no lo pongas, sólo quería que conocieras mi punto de vista.
Saludos