Después de un tiempo sin llamarme, este finde pasado volví a ejercer de camarera-sessi-que-lástima-que-una-doctora-tenga-que-sacarse-unas-perrillas-barriendo-vasos-de-minis, pero a mí no se me caen los anillos porque en el fondo de mi alma siempre he querido vivir experiencias detrás de una barra. En este caso tocaba festival hip-hopero y ha sido muy útil como estudio de campo de dicha tribu urbana.
Antes de nada debo decir que los hip-hoperos salen perdiendo en la comparación con los jevis, que ya tenía observados. Mientras que los jevis son, por lo general, educados y mansos, y poco problemáticos a grandes rasgos (preguntadle a cualquier segurata si prefiere vigilar un acceso a un concierto de Metallica o a uno de Bisbal), los hip-hoperos trasladan su inconformismo de las letras a la vida real, son reivindicadores y pejiqueros, y no os podéis imaginar lo irritante que resulta que te venga un chungo de barrio con habilidades para la verborrea poética a porculearte por nimiedades cuando tienes la barra petada de clientes impacientes y tienes que servir y cobrar a velocidades de relámpago antes de que te formen un motín.
Insisto: los jevis son más conformistas y menos discutidores en general y sus hábitos de consumo hasta resultan sanos y sibaritas. Con ellos no perdí la paciencia incluso en los momentos más intensos; en cambio a los hip-hoperos, entre lo que abusan dándote grandes billetes, sus indecisiones y confusiones a la hora de hacer los pedidos, sus tejemanejes y engaños para ver si te pueden sacar algo (no, no cuela que quieras una botella de agua gratis para tomarte la medicación) o colarse, sus indignaciones cuando les explicas cómo va lo de las invitaciones y demás (a algunas divas del rap les dan invitaciones, cosa que no ocurre en todas las salas, y aún se permiten el lujo de resoplarte porque necesitan 2 para un combinado o un mini alegando que son "cantantes", como si las normas de la sala no fueran con ellas), pues a algunos les tuve que soltar algún bufido y pedirles que no me distrajeran, que me estaban colapsando la barra.
Además de que la sala estaba petada no se limitaban a pedir en los descansos, si no también durante las actuaciones, y bebieron mucho, así que no pude disfrutar en condiciones de la (sorprendente) calidad de la música (poco conocida por mí) y los grupos que salieron al escenario (me quedé con un nombre: Crew Cuervos, que me hicieron mucha gracia; 16 personas bien coordinadas en el escenario, creando un espectáculo divertido. Una chispa, un humor y un sentido del espectáculo a la americana que echa de menos en la macarrería de los grupos metaleros, la verdad).
Hubo tanta afición al ron que se acabó el Brugal y el Cacique, casi cunde el pánico, más que raperos parecían piratas. El cobro fue un caos y sorprendentemente se hizo menos barra que lo que se podía esperar de tanta gente. Y aún debo agradecer que sólo intentaban atraer mi atención llamándome guapa (ponte un escote y ya los tienes ganados) y diciéndome "que me sentaban muy bien los pendientes" (sic), que eran de plumas largas y negras; a los demás camareros les armaron más follón, hubo roces y alguno intentó pagar con droga (para que veais que se aprende del género humano detrás de una barra). La verdad es que el número de clientes pelín colgadetes pudiera ser superior a la media...
Y es que estas anécdotas con estos personajes son lo delicioso de pasarse la noche correteando con botellas y hielos y deslomándome barriendo colillas, minis derramados y litronas en el parque aledaño (hay que ver qué poco aprecio por la llimpieza y el dinero empleado en bebida tiene esta gente) en vez de estar celebrando el ¿noveno? aniversario con el Maromo.
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