Ojo, este post no está escrito por un médico y carece de rigor clínico. Si te cabreas al leerlo tienes dos trabajos: enfadarte y desenfadarte. Allá tú si no estás de acuerdo con el trasfondo de la cuestión.
Hace tiempo recomendé uno de mis blogs favoritos (y no precisamente porque sufra migraña, si no porque creo que su visión es completamente acertada), que hará las delicias de todos aquellos que crean que la sociedad “se está amariconando” en lo referente a la actitud frente a las enfermedades. Debería ser lectura obligada de todos los que sufran de jaqueca.
Últimamente la fibromialgia protagoniza muchas de sus entradas. La disertación va en la misma línea que la de migraña: el dolor que sufren esos pacientes se debe a una evaluación errónea de un cerebro hipocondríaco y asustadizo, no a un problema fisiológico (físico, mecánico, corporal) real. Eso explica que su deambular por la consulta de reumatólogos y neurólogos sea en vano y que se resignen a su condición de enfermos crónicos e incurables.
Hay pacientes de fibromialgia que verán la luz ante dichas afirmaciones pero me da a mí, por los caminos que veo que siguen las asociaciones de estos pacientes, que la mayoría se cabrearían si leyesen una cosa así, porque están hasta las narices de que los consideren “cuentistas”. Pero no, nadie dice que sean cuentistas, ni que su dolor no sea real, si no que se están dejando coaccionar por un cerebro terrorista y paranoico que ordena que se desarrollen los mecanismos del dolor para tener al individuo bajo control por temor excesivo a una situación externa o interna que para nada justifica esa reacción.
Los migrañosos se ven convalecientes ante el pánico de su cerebro al viento sur, al chocolate, al queso curado, los cambios de tiempo y la menstruación. Los fibromiálgicos…no se pueden levantar de la cama por que su cerebro no puede con la vida misma.
Sé que es más fácil acomodarse en la opinión de tener una enfermedad gravísima, producida por problemas en los músculos y las arterias cerebrales y los genes y bla bla bla que entender la esencia del problema. Me anticipo a la ira de los pacientes y familiares de fibromiálgicos que puedan llegar a leer esto.
En el tiempo en el que yo estuve trabajando con psiquiatras, tuve entre manos la preparación de un interesante proyecto de investigación sobre fibromialgia, que finalmente quedó parado pero que me dejó algo de información al respecto.
En nuestra base de datos genética de fibromiálgicas (mi ex jefa insistía en llamarlas “enfermas de fibromialgia” por respeto, pero que se joda) abundaban las diagnosticadas también de TDAH (sobre todo con déficit de atención, que es más característico de mujeres) y/o agorafobia y/o trastorno de pánico (a las que tenían las 4 cosas, que eran un buen puñado, yo las llamaba “las del pack completo”, porque menudas joyas).
Primer dato: llamaba la atención el número de fibromiálgicas que además, eran “pelín nerviosillas, miedosas y aprensivas”.
De hecho no sé si os acordaréis de mi ex compañera la Maruja histérica, la chica que con 30 años tenía miedo a poner gasolina al coche y que se tuvo que salir de “El planeta de los simios” porque no podía con el miedo de ver a los monos hablando. Pues bien, su madre era fibromiálgica y su hermano TDAH, el ADN de los tres acabó en nuestra base de datos y la deseo un próspero futuro como fibromiálgica de mayor, por hijaputa.
A ojo y sin hacer estadísticas saltaba a la vista que la fibromialgia tenía una heredabilidad muy alta (madres fibromiálgicas con hijas fibromiálgicas a tutiplén cuando las hijas ya tenían cierta edad, y también tías fibromiálgicas) y que el duo madre fibromiálgica-hijo TDAH era una frecuente realidad.
Segundo dato: una base genética común parecía haber entre todos esos trastornos, que era lo que queríamos investigar y que se quedó en agua de borrajas.
Bien es cierto que el diagnóstico de estas señoras había que cogerlo con alfileres porque a muchas de ellas las había visto un doctor que era un desastre, pero ahí estaba la tendencia. De hecho este mismo doctor era el que veía como a las fibromiálgicas a las que se recetaba el mismo fármaco que a los padecientes de TDAH, mejoraban en los síntomas.
Las fibromiálgicas (hablaré en femenino porque son mayoría, pero incluyo también hombres) se quejan de que cuando acaban yendo a psicólogos y psiquiatras (a consecuencia de que muchas acaban con serios problemas de depresión y ansiedad, o porque los reumatólogos se las quitan de encima porque no pueden ayudarlas), con frecuencia se sienten poco respetadas por ellos en su enfermedad. Lo suscribo: a espaldas de las pacientes, los psiquiatras que yo conocí se cachondeaban de las fibromiálgicas (y por extensión de los enfermos con síndrome de hipersensibilidad química múltiple y otros trastornos de hipersensibilidad “a lo que sea”) y las tachaban de “panda de histéricas”.
El hecho de que menudeen las pacientes “pensionistas” no ayuda a que se las tome en serio. Es decir, contaba un psiquiatra que lo normal es que llegue un paciente a consulta diciendo “doctor, ayúdeme como sea, lo he probado todo, quiero volver a ser el de antes, quiero tener una vida normal”. En cambio las fibromiálgicas llegaban a consulta (tras su periplo por reumatólogos) diciendo frecuentemente “tengo fibromialgia, exijo mi derecho a tener una pensión de incapacidad permanente”. Lo cual a los psiquiatras les pone la mosca detrás de la oreja. Vamos, que tienen unas actitudes un poco diferentes respecto a su enfermedad que los demás pacientes psiquiátricos.
Lo lamento por las fibromiálgicas victimistas que no se sientan reconocidas, pero es aplastante la bibliografía que describe a las fibromiálgicas como un estilo de mujer pasivo-agresivo, educada en volcarse en los demás, bastante drama-queen, ansiosa, catastrofista y miedosa. Vamos, las típicas madres obsesas e hiperprotectoras que se han echado a la espalda, con espíritu perfeccionista y obsesivo, casa, trabajo, hijos y de todo. Abundan las mujeres que han tenido que cargar con responsabilidades a edades tempranas y las que han sufrido abusos o acontecimientos traumáticos en la infancia. Normal que se indignen cuando creen que la gente las llama vagas por no poder levantarse de la cama, cuando su vida ha consistido en lo contrario: autosacrificio, exigencia, ansiedad.
Me hace gracia porque ha caído en mis manos un articulucho turco publicado en la revista Rheumatology International que va por ese camino. La revista tiene poco índice de impacto y el trabajo es bastante cuestionable en cuanto a calidad, sobre todo en lo que respecta a tamaño muestral, caracterización demográfica de los pacientes y rigor, pero es de acceso gratuito, reciente y sirve como ejemplo de lo que se cuece.
El estudio viene a decir que la personalidad influye en el desarrollo de la fibromialgia (y no es una novedad, hay muchos otros estudios anteriores en la misma línea), presentando las fibromiálgicas unos rasgos en mayor medida que los controles: conductas de evitación de riesgo, auto trascendencia (algo así como una “personalidad propensa al misticismo y a la espiritualidad”) y menor autocontrol. Dichos rasgos se relacionaban a su vez con mayores índices de depresión, ansiedad y peor funcionamiento en la vida diaria).
Mientras en los medios salen las asociaciones de fibromialgia y síndromes de hipersensibilidad a lo que sea y nadie discute de que se tratan de enfermedades nuevas que merecen la máxima consideración y respeto, así como una pedazo de pensión por incapacidad permanente, la realidad oculta es que los clínicos se cachondean de esa gente y que la opinión creciente de los expertos es que necesitan una buena dosis de psicoterapia cognitiva.
Para los listos que se hayan dado cuenta de que es pelín contradictorio pensar que la crianza y la cultura están detrás de los síndromes de sensibilidad central y acto seguido decir que hay factores genéticos implicados: no son incompatibles. Los mecanismos biológicos que se ponen en marcha en caso de dolor están ahí, pero son el efecto, y no debemos confundirlos con la causa. Hay una susceptibilidad genética y una influencia de la genética en los rasgos de carácter (evitación de riesgos, miedo, poca tolerancia al dolor...), pero no son 100% determinantes: crianza, cultura, sociedad...es lo que enciende la mecha. Por selección natural las mujeres somos generalmente protectoras, prudentes, poco amigas del riesgo: la salud de la prole estaba en juego, y la Humanidad no se ha extinguido gracias a eso. Pero son siglos de presiones sociales y culturales los que han promovido una femineidad hipocondríaca, obsesa, pasiva, ansiosa, miedica. No son solo genes pro-fibromiálgicos lo que transmiten las madres a las hijas...
Solución: reseteado de las creencias erróneas del cerebro, pedagogía, reconquistar otro tipo de conductas.
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