No es que se me haya hecho muy largo, pero por fín acabó el 2011.
En 2010, annus terribilis donde los haya, ya cree una entrada explicando cual fue mi momento más feliz del año.
El año 2011 empezó fuertecito, con la muerte de mi padre. La vida es así: los cánceres fulminantes afectan a las personas valiosas, mientras Goldman Sachs llega a viejo y los hijos de puta son eternos.
Pasado ese sofocón, confieso a mi madre, ese supuesto gran pilar moral que tenemos todos, lo que me he estado callando cual puta para no preocuparles más: que tras más de dos años intentando ser madre, por fin tenemos diagnóstico definitivo de infertilidad: a ICSI directos. Los comentarios de mi madre inspiraron la entrada de "Diez cosas que jamás de los jamases deberías decirle a una pareja con problemas de fertilidad", con eso lo digo todo.
Así que ahora tengo que dilapidar la herencia de mi padre en darle un hijo a una persona que lo más sacrificado que ha hecho por mí en 10 años de relación es dejarme el último trozo de pizza.
No todo ha sido nefasto: empecé un nuevo trabajo con unos compañeros a años luz de las marujas anteriores, y con la única pega que me trago 2 horas de atasco diario y la jefa cree que machacar la moral de los empleados fomenta la motivación.
Como no todo en la vida es trabajar, hay tiempo los fines de semana de relajo con la familia política, embotándose con la comida hipercalórica de la suegra mientras el suegro deleita la sobremesa con frases del estilo: “Sálvame es un claro ejemplo de cultura progresista" o “El Vaticano es un ejemplo de estado democrático donde los haya”, amén de ironías de dudoso gusto.
Pero como todo el mundo, yo cuento con otros apoyos; lo malo es que el mío, mi mejor amigo, casi la palma.
Pero Dio aprieta pero no ahoga, y el año ha acabado con que me renuevan contra pronóstico un año más y así que puedo seguir forrándole los riñones al banco que me ha firmado la hipoteca. De salud no me quejo pero tampoco presumo, porque visto lo visto nadie está libre de hospital.
Por eso el mejor momento de 2011, ese momento en el que se me iluminaron los ojitos ante tanta suerte y bienaventuranza, ese instante de máxima felicidad, ese momento en el que me sentí de veras afortunada y dichosa, fue cuando fui a comprarme una palmera de chocolate a la máquina y me cayeron dos.
Para que luego digan que no sé apreciar las pequeñas cosas positivas de la vida.
Mal se tiene dar para que el 2012 no sea mejor, ¿verdad?
Y te seguiré apoyando, ni la pancreatitis ha podido evitarlo ;)
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