14 de septiembre de 2009

Mi amiga Vane

Mucha gente que me ha conocido sabe que no me gusta reencontrarme con el pasado. Que cuando cierro la puerta, la cierro con llave (véase entradas de 2 julio de 2007). Cuando paso página, la paso para siempre. Que no me gusta toparme con otros arrieros en el camino. Si tengo que cambiarme de acera, me cambio. Si tengo que girar la cara, la giro. Y no siempre es porque no me haya cicatrizado alguna herida.
Yo al Facebook le he dado poco uso, porque no encuentro ningún aliciente morboso en volver a hacerme amiga de quien perdí hace muchos muchos años. Así que he buscado pocos fantasmas del pasado. Pero un fantasma del pasado me encontró a mí, y de forma excepcional, me encantó.

Como cualquier otra niña de las Españas, supongo, yo tenía una amiga de la infancia llamada Vane. Mi Gran Amiga de la Infancia con todas las mayúsculas. Vecinas. Uña y carne. Tremendísimas. Nuestra afición favorita, meternos cartas por debajo de la puerta. Cartas con sobres y dibujos hechos por nosotras, con abundancia de colorines, corazoncitos, animalitos, te-quiero-mucho, firma-aquí-si-quieres-ser-mi-amiga-para-siempre y toda la parafernalia propia de una cría de Homo sapiens en su etapa pre-Manowar. Yo no era muy aficionada a ir a las casas de otros niños, pero la suya era la excepción. Además había que meterle la carta por debajo de la puerta. A veces la carta estaba tan llena de dibujos y parafernalia que no cabía, y era un problemón. A veces nos pillábamos in fraganti deslizando el sobre por debajo, pero la gracia era hacer como si nada y no abrir la puerta, porque lo divertido era encontrarlo por sorpresa.
No me preguntéis cuáles fueron los orígenes de la amistad porque no me acuerdo. Sólo recuerdo la tonelada de cartas que le escribí y que recibí y que en algún momento de imperdonable furia ordenadoril tiré a la basura. Seguramente conservo algunas de las más entrañables, pero haberlas guardado todas me proporcionaría ahora unos buenos momentos de cachondeo hiperglucémico.

Vane y yo éramos distintas. Mientras yo parecía salida de una familia idílica, ella vivía en peor piso que yo, tenía un hermano con un problema psicomotor, su padre era un policía con revistas porno en el coche y tenía problemas matrimoniales serios con la madre de Vane.
No sé si fue por eso que Vane creció más pronto que yo. No físicamente, porque a mi todo me ha llegado "en tiempos", pero yo ya me daba cuenta de que había cosas que estaban cambiando. Señales muy sutiles, casi imperceptibles.

Por ejemplo, un día que jugábamos en su habitación con sus Barbies y los ponys. Yo era pro-pony a muerte, llegué a tener como 15, entre otras cosas porque las petardas de mis tías me seguían regalando ponys incluso hasta cuando yo ya me estaba cansando de ellos. Pero tuve una época de ardor ecuestre que no hacía presagiar que yo me desharía de mis ponys regalándoselos a una prima pequeña que los despreció y los hizo desaparecer para dolor eterno mío. ¡Lacitos! ¡Manzanitas! ¡Plumitas! Nunca os olvidaré. Lo que haría por recuperaros, madre mía.

A lo que íbamos. Yo con esos cuadrúpedos hubiera seguido hasta el fin del mundo (bueno, hasta que fueran sustituídos por los Pin y Pon). Otros niños andaban con los Clicks y otros muñequitos, pero a mí me gustaban los ponys y les sacaba todo el provecho que cualquier otro niño sacaba de un juguete humanoide de dos patas: me inventaba historias, les hacía besuquearse, les creaba casas y profesiones, hasta les hacía vestidos, a los jodíos (hacerle trajes a un cuadrúpedo inmóvil tiene mucho mérito, no os creais).
Vane en cambio dio más pronto que yo ese terrorífico salto que va desde los ponys...a las Barbies. Las Barbies, aunque tengan fama de yankis operadas y frígidas, son más sexuales que los ponys. Yo por aquella época estaba en mi época anti-femenina de resistencia a la superficialidad de mis tías, y juraba que jamás llevaría faldas ni vestidos, porque relacionaba los trapitos con ser gilipollas, y no quería ponerme a jugar con vestiditos cursis de muñecas.
Pero Vane me convenció un día para jugar con sus Barbies y los ponys a una tórrida historieta zoofílico-lésbica que consistía en jugar...¡¡¡A las Barbies amazonas!!!
Bueno, bueno, bueno, dejo que dejéis volar vosotros mismos vuestra imaginación y visualiceis en vuestra mente una película sobre Barbies desnudas montadas a caballo, retozando por la habitación. No sé si suena suficientemente erótico pero si yo con 7 u 8 años me escandalicé un poco, es porque la cosa llamaba la atención.

Otra ocasión que me llevó al escándalo es cuando no se le ocurre otra cosa a la Vane que tenderme en un banco de la calle y subirme la camiseta hasta que se me viera el ombligo para juguetear a los médicos. Y no es que yo me opusiera a enseñar carne, pero córcholis, tuve que abortar el juego enseguida porque podría haber elegido un lugar y un momento en el que no estuvieran los chicos del bloque jugando al fútbol delante nuestro. Madre mía, se giraron a mirarme con los ojos echando chispas y ella no se daba cuenta. Por lo visto iban tan adelantados como Vane.

Y aparte de otros detalles, también me causó preocupación que sustituyera su afición por Snoopy por hacerse superfan de George Michael, que en aquella época estaba en pleno esplendor y todavía no se sabía que era gay. Yo con Pedrito de "Érase una vez la vida" tenía suficiente.

No os penséis que yo era completamente ingenua. Porque una cosa es mantener las emergentes hormonas bajo umbrales discretos y otra cosa es no ser criatura de este mundo.
Yo sabía mis cositas sobre el tema de las flores y las abejas, como demuestra el hecho de que me sentara mal que, una vez que Vane me estaba sujetando las piernas hacia arriba para enseñarme a hacer el pino puente en la calle, un chico mayor pseudo-yoncarra de su bloque le comentara a nuestras espaldas a otro niño, con un tono paternalista y didáctico que nunca olvidaré: -"¿Ves? Eso son dos lesbianas".

Así que no es que yo viniera lenta o retrasada: es que las cosas de la naturaleza y los subidones hormonales me gusta vivirlos en la intimidad, sin presiones ni interferencias externas. Por eso empezó a notarse un desfase entre las inquietudes de Vane y las mías, y eso que ella tampoco había llegado muy lejos...

Pero lo que ocurrió al final con nuestra amistad es que la madre de Vane era más responsable que la mía y la cambió de colegio, a otro colegio público más alejado y decente, para no seguir en un puto colegiucho calamitoso malorro con parque llenito de jeringuillas de heroinómanos delante como al que seguí yendo yo.

La memoria es débil pero yo lo viví como una especie de traición. En aquella época era mucho más posesiva con mis amistades, porque aún no me había dado cuenta de que es poco razonable esperar que las amistades infantiles sean eternas, porque la gente cambia y tenemos derecho a rechazar unos ambientes e introducirnos en otros círculos. El caso es que Vane recibió el último empujón hacia la pubertad y yo me quedé como una niña más sola que rabia viéndola pasear con sus nuevas amigas más pavas y más pijas. Por eso creo que dejamos de hablarnos y se acabaron las cartas rosas, y Vane se convirtió en un recuerdo muy muy lejano.

Luego me mudé a las tierras periféricas, empezaron mis lágrimas, y para Vanes estaba yo.

Pero muchos muchos más años más tarde, muchos amigos más tarde, mucha mucha lluvia caída, me encuentro un mensaje del Facebook de que Vane quiere ser mi amiga de nuevo. ¡¡Y me gusta la idea!! Y la añado encantada y flipo con su nuevo look, irreconocible. Y hablamos y le cuento mi vida porque yo estaba en unos días de bajón. Y también me alegro de que me cuente su vida y me resuma tantos años en unas pocas líneas. Y ocurre una cosa increíble y es que esta chica a la que yo sólo conocí de niña me sube la autoestima cuando aprecia sinceramente los logros que he conseguido en la vida. Porque lo que a mí me parece ser mediocre, hacer sufrido, ser una pringada, a ella le pareció haber llegado lejos, y a su madre también. Y me pide fotos y me dice que estoy guapísima y reconoce el valor de tener una foto con Doro.

Porque nuestros caminos se bifurcaron muy pronto pero a ella también el destino la volvió rockera, y cantante amateur. Y me complació ver que no parece haber seguido el camino piji-ñoño que yo auguré cuando la vi pasear con las chicas de su nuevo colegio. Y le prometí una cosa que aún no he cumplido, y que para mí es un deseo y un triunfo, que es reecontrarme con ella y tomar algo para recordar los viejos tiempos, y los presentes. Vane no lo sabe, pero con ella hago una excepción y la hago gustosísima, porque he recuperado ese cariño y la quiero agradecer que me abriera los ojos hacia lo que es mi vida con sus comentarios amables y su ilusión, y no me da miedo quedar con ella y conocer en lo que se ha convertido. Porque sea lo que sea lo que la vida haya hecho con ella, me volvió a llenar el corazoncito de arco-iris, piruletas y Snoopys calcados con plastidecor.
Eso me ha llegao, Vane, eso me ha llegao. Apareciste cuando te necesitaba.
Hubo un tiempo que que creía que te había olvidado, pero en verdad nunca te olvidaré.

2 comentarios:

  1. Es una historia emocionantísima! Me alegro de que la hayas reencontrado.

    Yo siempre he mantenido el contacto con mi mejor amigo de la infancia/adolescencia. Nos vemos poco, pero para algo está el mail y el msn. Hace unos días me invitó a pasar el fin de semana en su casa (está casado y su mujer se fue de vacaciones).

    Lo pasamos de fábula, riendo como cuando teníamos catorce años, de las mismas estupideces de siempre (puede parecer infantil, para mí no lo es). Y también hubo tiempo para la reflexión, para comentar cómo le va la vida en pareja, para hablar de mujeres (cómo no!) y para ver partidos de fútbol.

    Espero que el reencuentro con Vane sea fantástico!

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  2. Grandiosísima entrada, tanto por la historia en sí como por el "redactado", que ya sabes que admiro, me emocionado.
    Celebro vuestro reencuentro ^^

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