24 de septiembre de 2011

Cuarta etapa Sarria-Santiago o "El horror, el horror"

MELIDE-SANTA IRENE (31 kilometrazos)
La paliza del día anterior era sólo un anticipo. Mirar el mapa daba miedo: etapa fuerte hasta Arzúa, y después un desierto alberguil hasta Santa Irene (agujero infernal en mitad de ninguna parte donde ni los perros se paran a mear) o meterse la paliza de tu vida y llegar hasta Pedrouzo (35 km en total). La típica putada del camino de Santiago a la mínima que te sales de las jornadas tradicionales: o te quedas muy corto de kilómetros y "desperdicias" días o estás obligado a hacer muchos kilómetros a matacaballo hasta el siguiente albergue, esperando tener plaza. No hay alternativas intermedias, y hasta escasea la oferta privada. Hay tramos de muchos kilómetros sin un puto bar y las perspectivas son malas.

Como la jornada iba a ser intensa, decidimos levantarnos media hora antes y salir a las 6; no es algo que yo recomiende porque a esa hora, en Galicia en verano, aún no ha amanecido. Casi nos perdemos nada más salir del albergue porque no se veía la puta flecha amarilla; menos mal que unos peregrinos profesionales que estaban haciendo estiramientos nos corrigieron. 
A esas horas no se disfruta de lo único bueno de meterse tanta paliza, que son los paseos por los bosques al amanecer: casi no se veía un pimiento! Empezaron los bosques de eucaliptus, pero no estábamos de humor como para gozarlos mucho. Tampoco se podían hacer fotos.
En el colmo del glamour desayunamos lo que nos sobró de pizza fría en una parada de autobús de plástico llena de pintadas en mitad de ninguna parte.
No sé si será la crisis o que los listos le sacan partido al Camino, pero hay gente que viene con su furgoneta y se pone a ofrecer café de termo, bollería y fruta a los peregrinos madrugadores que no pueden parar en ninguna otra parte.
Recuerdo poco de este día aciago, casi no hice fotos porque no estaba de humor. Sé por los sellos que paramos en Santiago de Boente, una parroquia curiosa con aspecto conventual. Los horreos, los pueblos, se volvían monótonos.
La subida a Arzúa también es realmente chunga, aunque para alguien que está medio bien le puede resultar llevadera a esas horas de la mañana. Mejor que la de Melide.
En Arzúa (14 km como quien no quiere la cosa) paramos en el Café Chacala a calzarnos la hamburguesa completa de rigor, y se destapó la caja de los truenos: el Maromo sugirió quedarse, cosa que a mí no me hacía mucha gracia por la pérdida de tiempo, pero al mismo tiempo quería seguir pese a su mal estado, así que al final no hubo acuerdo y seguimos, pero de mal rollo. Conseguí convencerle de que comprara Reflex, pero a esas alturas de sus dolencias poco le iba a servir ni el Compeed, ni el Reflex, ni el descanso, ni nada.
Sellamos en Santiago de Arzúa; Arzúa es un pueblo grande (pfff, ni 7000 habitantes) famoso por su queso, pero no estuve de humor de perder el tiempo comprándolo, y menos sabiendo que si no quieres cargar con él tienes que autoenviártelo por correo. En general me pareció con menos encanto que Melide.

Continuamos camino, pero el buen rollo y la despreocupación de los días anteriores había desaparecido. El Maromo estaba que daba pena verlo y no paraba de rezongar, yo empezaba a arrepentirme de no haber venido sola y la aglomeración de peregrinos pedorros que te avanzan resultaba agobiante.

Allí estaban todos: los japoneses, los italianos, los señores mayores que iban solos, el mediojipi y la novia, las tres cotorras...Lo único bueno de ese día es que conocimos a Marta, una profesora con carácter que venía sola desde Roncesvalles con sus zapatillas de aeróbic, superando tendinitis y superando de todo, porque "sin dolor no hay gloria", y tenía un fondo del copón. ¿Será verdad eso de que los bajitos son mejores caminantes? Pensábamos que venía en pareja porque incluso en Melide la habíamos visto siempre con un chico, pero no, resulta que era un moscón que la había estado acompañando hasta que conoció a una chica más interesante, una chica mediojipi que estaba más buena y que en vez de palos para caminar nutilizaba dos enormes cañas de bambú hueco, y allí se quedó  interesándose por las especificaciones técnicas de las cañas de bambú.

También descubrimos que los kilómetros que aparecen en las guías no son correctos: cada guía dice una cosa (con diferencias significativas incluso entre lo que marca una y otra), y tampoco se corresponde con los kilómetros marcados en los mojones. Así que al final acabas engañado sobre los kilómetros recorridos en un día o la distancia que queda hasta el siguiente albergue, y te puedes llevar sospresas desagradables.

Charlando con Marta nos desviamos del camino para ir a comer en uno de los pocos sitios decentes que hay en ese tramo (madre mía, qué contados están los bares): un resort de la hostia en mitad de ninguna parte (Pousada de Salceda). Menú de la hostia cantidad de bueno a precio razonable, pediluvio, y hotel (con habitaciones algo caras) para peregrinos sibaritas.
En la foto no es que el Maromo esté sonriendo, es que tiene el rostro desencajado.


Le ofrecía quedarse en ese hotel, pero era un poco caro y entre unas cosas y otras, seguimos camino, rezongando más que otra cosa. El Maromo estaba como para llevarle en carretilla, pero de un modo u otro conseguimos llegar a Santa Irene (si llego a saber que era un páramo sin el menos servicio no hubiese querido llegar hasta allí, pero que es que continuar hasta Pedrouzo es una cosa que sólo hubiese podido hacer yo, y con sudores). En Santa Irene además Marta nos "engañó" porque  no quedaba sitio en el albergue público, aunque pudimos reservar las tres últimas plazas en el albergue privado de Santa Irene, una encantadora casita regentada por mujeres (y se nota) llena de japoneses y guiris.
La decoración estaba llena de pequeños detalles la mar de acogedores que sí que merecieron alguna foto. Por 13 euros, dormimos en colchones mejores, con sábanas de verdad, nos duchamos en privado y pudimos cenar el fiambre que la buena de Marta trajo en taxi desde Pedrouzo. Al menos pudimos descansar ese día en condiciones y silencio. No cenamos en la casa porque sinceramente, 10 euros por una sopa y merluza rebozada ya me parece un poco abuso...
Creo recordar que el cartelito que está al lado de la puerta decía: "No tengas prisa, que el tiempo no se acaba", o algo por el estilo, pero eso es algo que a alguien como yo no le cabe en la cabeza, y menos cuando sólo tenemos un número de días determinado para hacer el Camino.



Ay, qué pena no haber sellado aquí, porque el sello era bonito.
Al día siguiente, no nos salían las cuentas: a Santiago hay como 23 kilómetros, y había que llegar a la famosa misa de 12 (la misa del peregrino). Si salimos a las 6 de la mañana y hay que contar que hay que parar a desayunar, son unos 25 km entre 5 kilómetros a la hora (que más bien iban a ser 4 por cómo de mal estaba el Maromo), son 5 horas, 6+5=11, uuuhhh lo veo un poco justo, hay que ir a matacaballo, y el Maromo NO PUEDE. 
Dejamos hablado parar en Monte do Gozo para no andar tanto, aunque me ponía enferma sólo de pensarlo, porque me había enterado que el macroalbergue de Monte do Gozo es como Sodoma y Gomorra, y los peregrinos juerguistas y folloneros paran allí para liarla parda toda la noche, ligar, y hacer entrada triunfal en Santiago.
Una perspectiva que no me atraía nada.
Pero bueno, ya sentía que se había estropeado el encanto del viaje...Como unos benditos, dormimos en nuestras buenas camas.
CONTINUARÁ

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