18 de septiembre de 2011

Segunda etapa Sarria-Santiago o "¿Y esto es el Camino? Pues es tan fácil que me aburro"

FERREIROS-O HOSPITAL DA CRUZ (unos 20 km)

A eso de las 6 y media nos ponemos en marcha después de una noche no muy mala (benditos tapones). Desayunamos en el mismo bar en el que cenamos el día anterior, puesto que con un gran sentido turístico el hijo de los dueños nos había preguntado que cuándo queríamos desayunar, para estar ellos listos para atendernos. Y es que el algo de agradecer porque en muchos sitios abren a las 7 o 7 y media, que es demasiado tarde para que un buen peregrino se ponga en marcha, y te obligan a desayunar algo frío o ponerte en marcha en ayunas.

Pero a las 6 y media la buena de la dueña estaba de pie esperándonos con una pedazo tostada de la hostia de pan gallego, la mejor mermelada casera que yo haya probado en mi vida y la tarrina de mantequilla entera, como si estuviéramos en casa de la abuela. Mucho mejor que desayunar la mitad del bocata de ternera que sobró de la noche anterior, y que acabó sepultado en la mochila.

Sin mucho cansancio porque la jornada anterior fue muy corta, aunque un poco lamentándonos de no ser unos peregrinos disciplinados que hacen estiramientos antes y después de ponerse en marcha, empezamos el segundo día (o primero, según se mire).

Nada más empezar a andar por esas encantadoras carreteritas bordeadas de huertas y manzanos, muros de piedra por donde se escabuyen gatos entre los zaszales, topamos con Mirallos y su iglesia de Santa María, con curiosos y elaborados sepulcros. Anoche no la pudimos ver porque llegamos casi anocheciendo, así que la disfrutamos al amanecer. Me hace gracia porque en las parroquias románicas gallegas el campo santo rodea la Iglesia y los sepulcros están integrados en los muros; viniendo de las castillas, en las que el cementerio está separado de la parroquia y cerca de la Iglesia, como mucho, habrá unas pocas tumbas en la tierra, esto no deja de ser curiosos y de dar un poco de mal rollo.

Probablemente, de las Iglesias pequeñas más pintorescas y mejor conservadas de las que te encuentras en esta parte del Camino.


No hay palabras suficientes para describir el bienestar de los primeros kilómetros matutinos. Frescor, sonidos de pájaros, verdor de la naturaleza, encanto rural, bellos paisajes...La mochila no te pesa, te sientes pletórico, y da igual que no cruces palabra con tus compañeros de Camino, porque caminas relajado, sin que atormenten tu cabeza los pensamientos obsesivos y las preocupaciones que nos agobian en la urbe. Te sientes con el corazón limpio y sin el peso de los tormentos y los fantasmas que no nos dejan vivir el día a día. Por eso no me extraña nada que la gente haga el Camino "para encontrarse a sí mismo", porque estos primeros pasos del día, disfrutando de la belleza del amanecer y de la paz espiritual, son sin duda lo mejor del Camino, lo que te engancha y lo que más echas de menos cuando el Camino se acaba.



Hasta te sientes de humor como para hacerle una foto a un pajarillo al que le queda un telediario (además creo recordar que habái un gato medio asilvestrado rondando por allí cerca...)


Hórreos, hórreos y más hórreos; la mayoría, ortodoxos (a la manera romana, con los cuatro pilares, alargados, con una cruz y un pináculo de adorno, con paredes de madera), pero otros más modernos y tapiados con ladrillo.

 Una cosa curiosa, en los alrededores de Moimentos, saliendo de una pista entre bosques, una cruz rodeada de alambre de espino reconvertida en museo o "lost and found", donde cada uno deja su recuerdito, desde un calcetín suelto a zapatitos de niño (??????), recuerdos patrios, notas o cualquier otra frikada.


Pazos entre los campos, en la lejanía. Torres de Iglesias, brumas, maizales verdísimos, olorcillo rancio a campo y vacas. En definitiva, el Camino.


La excusa de la foto es el hórreo "ortodoxo", en ¿Mercadoiro?, donde había un caserón con toda la pinta de haberse convertido en refugio okupa, albergue de peregrinos jipiosos, y en los alrededores de la casa, campamento de peregrinos de esos para los que la ducha diaria es opcional, no obligatoria. Pa mí que por allí vendían drogaína...

¡¡¡Vacas sueltas!!! Qué recuerdos. En mi pueblo de infancia, las vacas eran frisonas, y dejaban las calles asfaltadas del pueblo llenas de boñigas. El Camino me devolvió a la felicidad de esos años de infancia en los que el pueblo era un pueblo, y no una zona residencial llena de chalets. Esos años en los que te criabas ahuyentando gallinas, que picoteaban libres por doquier, los perros y los gatos estaban sueltos y medio asilvestrados, reconocías plantas como zarzamoras, majuelos, digitales (o dedales) y "pelo de ratón" (con el que tu madre te hacía cosquillas), el olor a mierda de vaca invadía el ambiente, la gente vivía de los cultivos y el ganado y era bastante normal que te toparas frente a frente con un grupo de vacas yendo a pastar.



Tras 10 km subiendo y bajando sendas, echando de menos un palo que te reduzca el riesgo de tropezar y escoñarte mientras bajas los senderos pedregosos, vislumbras un pueblo como Dios manda, un pueblo de postal realmente bonito, con vistas a un río que sólo puede ser el Miño: Portomarín. Sin duda, el pueblo "grande" más bonito de este tramo del Camino, con sus casitas ordenadas de muros blancos y tejados grises, y la pintoresca y especial Iglesia de San Nicolás, que parece un pequeño castillo. Yo pensaba que Sarria y el resto de pueblos serían así, pero no: son desastres urbanísticos con algún que otro monumento, pero Portomarín sí que puede decir con orgullo que es un pueblo monumental, que da gusto visitar.


El viaducto de acceso al pueblo, salvando el Miño, que si os fijais bien en la foto tiene unos niveles muy bajos (¿veis una pasarela de piedra que teóricamente tiene que llegar a la ribera?) aparte de que está un poco contaminado.

Las vistas que os digo de Portomarín, coronado por su Iglesia-Fortaleza.

El pobrecito río Miño, de escarpadas riberas.


El Miño visto desde el viaducto. ¿Veis la pasarela que tenía que llegar hasta el nivel del río? Realmente el nivel estaba bajísimo. Hay restos de muros del emplazamiento del pueblo antiguo, supongo.

Una cosa encantadora de Portomarín es que tienes que pasar una escalinata y una pequeña capilla medieval dignas de una foto para subir al pueblo (y menuda subidita). La lástima es que a muchísimos peregrinos se la suda totalmente visitar el pueblo y la Iglesia, ni siquiera para pararse a almorzar, porque el Camino te lleva otra vez al monte y el único sentido práctico que tiene subir al pueblo es que te sellen en la Iglesia. Así que se ahorran la pedazo subida al pueblo, pero creo que es un poco lamentable limitarse a andar a destajo sin disfrutar de Galicia.


Otra vista del Miño, visto desde el lado del pueblo.

Una calle aledaña a la plaza mayor del pueblo, por donde se baja de nuevo al Camino, con sus pintorescas fachadas, soportales y balcones, donde se aprecia el respeto urbanístico, incluyendo el de los comercios, a la singularidad del pueblo.


La sin par Iglesia-Fortaleza de San Nicolás (aunque en el sello pone San Juan!!!) con sus curiosas torres almenadas (s. XIII), reconstruída piedra a piedra desde su anterior emplazamiento, afectado por la presa de Belesar (las piedras están numeradas). Idem le pasó al pueblo, tan nuevecito él porque se trasladó a una ladera segura no afectado por la presa. Como llegamos pronto estuvimos tomándonos un cafelillo hasta la hora de apertura para nos pusieran el sello, y de paso nos compramos el famoso bordón (el palo de los peregrinos, que tanto habíamos echado de menos en los andurriales pedregosos y las subidas) y un merecido imán de nevera de Portomarín, porque es un pueblo digno.
 La Casa do Consello, a un lado de la Iglesia, con su digno monumento a los peregrinos al lado.


Tras abandonar Portomarín, el Camino te hace subir de nuevo otro monte, y te cagas en todo lo que se menea mientras sigues cuesta arriba por tu senda siguiendo la carretera.


Quedan 84 km y la gente utiliza los mojones como altares funarios de su amado calzado muerto (lo siento pero por mucha pasta que te gastes en unas pedazo botas de trekking, no son inmortales), aparte de que la gente también deja botas huérfanas en el mojón por si el dueño la encuentra. No me preguntéis cómo narices se puede perder una bota, pero hay muchas zapatillas y sandalias perdidas, y muchas muchas zapatillas rotas. Hay que aprovechar los escasos pueblos que hay como Portomarín para adquirir un buen equipo, porque los puntos intermedios de la etapa son desiertos rurales a medio civilizar, y como se te rompa algo estás perdido.

Más vistas de paisajes y campos. La belleza inicial de la etapa se trunca pasado Portomarín y el monte San Antonio, porque el Camino se vuelve paralelo a la LU-633 y los kilómetros se vuelven eternos ante tanto hastío, porque se anda mejor bajo castaños que viendo fábricas de ladrillos semiabandonadas. Empiezas a pensar que como el resto del Camino sea así, va a ser una puta mierda. Además es un fastidio tener que cruzar la carretera de tanto en tanto, aunque hay señales especiales de "peligro, peregrinos".


Pese a todo siempre encuentras alguna casita graciosa que conserva bien su hórreo.

 Unas pedazo subiditas que se caga la perra, y menos mal que ese día estaba medio nublado. Por tramos así es por lo que es muy importante madrugar. A pleno sol esto puede ser la muerte.

En llegando la hora de comer, llegamos al pueblo de Gonzar (km 82), con la parroquia cerrada y poca cosa más. Indignados porque en el bareto de al lado del albergue tardaban un huevo en servir el miserable menú del peregrino (ya sabéis, fritanga y comida baraturria) porque sólo atiende un viajales sin el menor espíritu restaurador, decidimos pagar un par de euros más por comer en Casa García, un restaurante como Dios manda donde me calcé un caldo gallego (mmm, qué recuerdos, creo que hoy voy a intentar cocinar algo parecido...) y un chuletón de ternera que casi se salía del plato y que estaban a años luz de lo que sirven en un menú del peregrino normal. Y es que en el Camino es muy importante hacer una comida fuerte y decente al menos una vez al día, y como por querer comer por 9 euros te pases 5 días seguidos comiendo huevos fritos y patatas fritas te puede dar algo.

Esperando que se hiciera la una, descansando una miaja en el albergue de Gonzar, conocimos a unas tiparracas que habían salido el día anterior de Sarria, como nosotros, y que por tanto tenían los mismos kilómetros en el cuerpo.  ¡Y se quejaban de que no podían más y que a partir de entonces iban a llamar a un taxi de mochilas! Cuando os puedo asegurar que la mochila de esa chica no pesaba mucho más que la mía (unos 5 kg), que para mí era como un miembro más de mi cuerpo y no me molestaba mucho. Y es que en el Camino te encuentras superhombres pero también muuuucho, muuucho nenaza.

Entonces cometemos un error. Y es que, un poco cansados de tanta subida y tanto agobio de carretera, y preocupados por las dificultades que tuvimos el día anterior por encontrar plaza en un albergue público, decidimos parar un poco más allá, en el albergue de la aldea de O Hospital da Cruz, para quedarnos relajados con nuestro segundo sello oficial y nuestra camita. ¿Qué pasa? Que en esa aldea putrefacta había poco que hacer una vez duchados y sesteados y con la ropa lavada y tendida, y estamos hablando de qué narices hacer durante 4 o 5 horas hasta que tomes algo de cena y te acuestes. Así que aunque echamos alguna partida de cartas, me aburrí lo indecible y me quedé como con ansia de no haber aprovechado un poco el día andando un poco más (y al día siguiente vimos que en efecto, hubiese sido lo mejor). Pero es que la gran putada del Camino es que si no sigues como un borrego las etapas marcadas por las guías, de pueblo grande a pueblo grande, palmas, porque hay pocos albergues intermedios puedes acabar en un pueblucho infecto muriéndote de asco, o durmiendo al raso, o pagando una pasta en un privado, y siempre acabas o haciendo kilómetros de más o de menos, y es un fastidio.

Así que fue un agobio de tarde. Para colmo en el restaurante Labrador pedí paella para cenar y me trajeron un platazo enorme de arroz pasadísimo no, lo siguiente, totalmente incomestible incluso por alguien manso, tímido y con tragaderas como yo, así que sacando asertividad de donde la tuviera le tuve que decir al camarero que ya se lo podía llevar, que no me lo iba a comer porque estaba el arroz muy pasado. Menos mal que no me montaron un pollo y me trajeron mansamente un plato de fiambre de la tierra mucho más apetecible. Curiosamente, después de aquello dejaron de servir paella y ofrecían directamente a la gente un plato de fiambre. Aiiiins, si es que hasta que alguien no se queja...

Para colmo en el albergue coincidimos con un trío de pedorras gritonas de estas que se carcajean como si tuvieran 8 años con las que ya nos encontraríamos el resto del Camino, que son las que te hacen recordar la charla que te dan cuando pides la credencial sobre la importancia de respetar el reposo de los demás. El albergue tenía un tejado curioso y las instalaciones estaban mejor que en el anterior.
Como otra anécdota, tenía una guiri en la litera de al lado que para entretenerse se había traído un libraco muy gordo (del porte de un Ana Karenina o algo así), con tapa dura y todo...¡¡y la tía se puso a arrancar de cuajo las páginas de los primeros capítulos leídos!! Debía de pensar la tía que iba a notar la reducción del peso de 30 páginas en la mochila...¡¡cuando le seguían quedando 400!!
En fin, los guiris y su mundo. Cosas veredes.

CONTINUARÁ (lo chungo chungo está por llegar)

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