18 de julio de 2006

La misoginia es un desorden mental o simplemente un escudo cínico de los pobrecitos que tienen poco éxito con las mujeres y que en vez de rechazados quieren parecer intelectuales. Se dio el caso de un chico (llamémosle Antonio, llamémosle Pepe) que reunía el tradicional menosprecio hacia las mujeres (una vagina con manos para cocinar) y el no menos cotidiano desdén hacia el amor, ese desorden neurológico influenciado por las hormonas que se acaba a los tres años, según fundadas teorías antropológicas. Todo ello expresado con absoluto convencimiento incluso en presencia femenina, claro está.
El buen muchacho, que era de inteligente conversación, probada cultura y no estaba nada mal de aspecto, por alguna extraña razón tenía menos éxito amoroso que Boris Izaguirre en un Concilio Vaticano, hasta que el Destino le echó una baza y se enrolló con una brasileña cañón en el Camino de Santiago, después de que sus amigos le abandonaran cuando descubrieron, para su sorpresa, que el Camino de Santiago es cansao. Lo que se dice cansao-cansao, y además los podólogos lo desaconsejan. Qué hacía una brasileña cañón haciendo de peregrina es algo que no recoge la leyenda.
La brasileña era de las de pelvis floja y eso casaba divinamente con las teorías antropológicas. Así que se reunían cada tanto a que la brasileña pusiera en marcha el rotor del coxis, porque era de las de mucha mucha batería, y a nadie le amarga un dulce.
Pero ah! que crueles son las teorías antropológicas. Nadie le había comentado a nuestro querido amigo que, entre polvete y polvete, en las conversaciones postcoitales, llegaría un momento en que querría hablar de Proust, y del Silmarillion. Y la Brasileña le dijo que tururú 33, que sexo y sólo sexo. Que nada de confianzas, mariconadas las justas. A mi pobre amigo, presa de las feromonas, le tiraron a la cara su propuesta de tres años de amor. Pobre víctima del destino, de roto corazón porque una brasileña sólo quería exprimirle los fluidos, sin compromisos. Cuánta injusticia, cuánta mala suerte, y qué poca paz que encontró en el Camino. Y este es el fin de la historia sobre cómo el misógino quería más y recibió dos tazas.
Continuará en..."La Triste Historia de Manolo". Próximamente en sus pantallas.
(Ale, y ahora todos al Camino, que os estoy viendo estudiasmaos yendo a por la vuestra...).

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