Probablemente, el único blog escrito por una mujer que jamás hablará de zapatos.
3 de agosto de 2006
Frente a mi ventana del curro, hay un pino frondoso, y en el pino, un nido grande que se confunde con unos ramajes secos. Esta última primavera ha estado entrando y saliendo una pareja de urracas. Lo que me da envidia de los pájaros no es que vuelen, si no su despreocupación por el euribor y las hipotecas. Las papanatas de mis compañeras no se habrán dado cuenta, porque ellas han estudiado biología para poderse comparar en estudios con Anita Obregón, pero yo sí me fijo en estas cosas. En esa maraña han estado naciendo urraquitas. He estado mirando por si les veía la cabeza, pero no, he tenido que esperar a toparme con alguna que otra urraca pequeña, despelujada, con plumaje sucio, con cara de estar más perdida que un Imán en el Monegros Desert Festival. Y ahora veo en una azotea un grupejo de por lo menos 8 urracas, que vuelan menos que los aviones de Iberia en agosto, y que yo creo que son las hermanas urraquitas vecinas. Saltan en la azotea, revolotean, planean de edificio en edificio, pero no están como para ingresar en la Luftwaffe. Además que no hay para tanta urraca junta en Les Corts. Pero ver crecer la vida siempre me hace ilu. Lo mismo me cambio por ellas y que se pongan a enviar currículums.
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