2 de julio de 2007

La mar de síndromes

Existe en psicología (quizas no en la académica, pero sí en la callejera) una especie de obsesión denominada el "síndrome del nido" que hace referencia a esa especie de furor repentino que les entra a las hembras a punto de criar por organizarse un nido o una madriguera y buscar un cobijo donde recibir a las crías, y que cuando se aplica a la especie humana se refiere a la obsesión por el orden y la limpieza que sacude a las embarazadas a punto de dar a luz, que empiezan a estresarse por tener todos los cajones ordenados, la casa limpia, la habitación del niño digna de revista, la ropita a punto y todos los complementos necesarios para la crianza en perfecto orden de batalla. Nido que en la menopáusica solitaria dará lugar al aún más famoso "síndrome del nido vacío".

Mal que le pese a mi madre, su hija se pira a las tierras del interior
en menos de un año e incluso su hijo, al que todos suponian más inútil que la chaqueta de un guardia y del que nadie creia que se fuera a vivir si no con novia dispuesta a plancharle las camisas, también ha dado muestras de que va a salir volando en breve.

Llevo algo más de un mes llevándome a casa cual trapera esas magníficas y estupendas cajas que recibimos en el curro, maravillosas cajas de guantes y material de laboratorio, tan rectangulares, tan firmes, tan nuevas, tan aparentes, con ese tamaño tan ideal para poderlas manipular individualmente aunque estén llenas de libros. No he podido resistirme. No es que pretenda sacarme un sobresueldo recogiendo cartones. Necesito psicológicamente pensar que me queda muy poquito para aguantar el gélido ambiente que se respira en mi entorno laboral, aunque falten muchos meses, seguramente más de seis, para que llegue el día de la anhelada marcha.

Las cajas desmontadas se acumulan en el sótano y hasta mi madre no
puede contener su "síndrome de preparar el ajuar y parecer una buena suegra". Cuando mira el catálogo de regalos de puntos de la Caixa, los mira con ojos no egoístas, valorando si emplear 1500 puntos en seis cochinos platos es una buena inversión. A mí también me pasa pero mi interés ha decrecido desde que retiraron del catálogo esa freidora con fondue que parecía decirme "mamá".

De momento mi síndrome se limita a llevar ponderando desde hace meses
qué cochinos objetos de decoración me llevaré a mi zulo de alquiler y qué horteradas vergonzantes dejo en esa especie de almacén de objetos indeseables en que se va a convertir mi anterior habitación (es de suponer que mi padre instalará allí su cuartel general astronómico). La semana pasada me dio mi primer gran ramalazo empaquetador y por eso me visteis poco conectada. Ordené las cajoneras en función de lo que voy a llevarme y lo que voy a dejar.

Trabajo indispensable, porque las
cajas de recuerdos íntimos han de estar rotuladas y selladas para que mi madre no las tire. Porque no le tengo ni la más mínima confianza desde que cometió la atrocidad de tirar a la basura muchos de los libros del colegio, entre ellos los de inglés que necesitaba repasar, pero conservando los libros de matemáticas de primaria, por aquello de si alguna vez te olvidabas de que el dos se parece a un patito, poderlo volver a estudiar. Pocas veces he estado tan cerca del matricidio como en ese momento. Y es que a mi madre le daba mucha pena tirar esos libros, porque son de cuando sus hijos pensaban en regalarle dibujos rellenados con lentejas pegadas y no en cortarle la cabeza con una catana.

El caso es que la autora de mis días es capaz de tirar a la basura
todas las cajas en las que acumulé gilipolleces durante años y que no sirven de nada salvo para encogerte el corazón el día que las abres. Porque sólo he podido asomarme a esas cajas, no tuve arrestos para hacer más porque o no eran horas o porque era demasiado doloroso hacer catálogo del contenido de las cajas donde guardo sobre todo recuerdos de la facultad. Algunos recuerdos, como cintas de cassette chorras y fanzines, conservables. Pero también había auténticas basuras, como tubos rescatados de vete a saber qué asignatura de prácticas, jeringuillas, bombones a medio pudrir y toda clase de objetos inservibles que ni sé qué rememoran. Y camisetas, y caricaturas, y fotos, y también mi cartulina de felicitación por mi veinte cumpleaños, lleno de chistes privados y cariño de las que después me dieron la espalda. Diarios de adolescente explicando gilipolleces (no íntimas, pero imaginaos un diario parecido a este blog y escrito por una Angainor de 16 años), fragmentos dispersos de una novela ambiciosa que si me aburro colgaré en el blog, pero ni asomo de aquella libreta mítica en la que pegaba con pegamento los recuerdos y donde había desde pelos del culo de mi perro (literalmente) hasta la servilleta de papel de aquel bar de vete a saber dónde donde probé los mejores calamares a la romana de mi vida. ¿O eran croquetas? Bueno, un sitio donde probé algo que fue lo mejor que he probado en mi vida.

Y llené una caja entera de libros infantiles, peluches pequeños y
juguetitos que tendrá que guardar mi madre esperando el día en que se haga abuela.
Y he cuadruplicado mi lista de descargas de la mula intentando
conseguir las canciones petardas de mi adolescencia que me grababa en cintas desde la radio. ¿Quién de vosotros conocía la canción "Aliens" de Radiorama, ein, ein? Bendito Google. Lástima que siga sin encontrar algunas cosas, como el canto de María Farantouri en los Juegos Olímpicos del 92, o síntonías de dibujos animados rebuscadísimos.

Y muchos recuerdos maravillosos y mucha basura que algún día tendré que tirar con gran dolor de mi corazón y reducir a la mitad las consecuencias de una época muy feliz y muy lejana, en la que poco sabía lo que me esperaba despues, porque el síndrome de Diógenes no ha hecho nada más que empezar.

¿Y qué más decir? Que guardaré esas cajas mientras pueda, que hay cosas que sólo quiero que mis hijos lean cuando muera y que están bien tenerlas para repetirme a mí misma que siempre me quedará París.

3 comentarios:

  1. Este artículo me ha puesto triste, pensando en el día en que te vayas.

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  2. A mi me tiraron gran parte de mi adolescencia y niñez. Quizá por eso la cantidad de chorradas que me he bajado de la mula ha llegado a niveles alarmantes (tengo desde series de dibujos animados como dartacan,caballeros del zodiaco,erase una vez la vida, david el gnomo,etc hasta recopilatorios de anuncios de los 80). Me hubiese gustado poder retener algo más que el "heroquest" de aquellos "maravillosos" años (libros, libretas...algo). El día que marche de casa me va a caber todo en una maleta.
    Un abrazo.

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  3. Accésan...Ya sabes que el único recuerdo bonito que me llevaré de barcelona sois vosotros, mis amigos...Y que mi deseo ferviente de salir de allí es eprder de vista a mis compañeras, que hacen sacar lo peor de mí, y no ver mi lugar de trabajo actual nunca más...
    Me iré pero no perderemos el contacto, además seguiré teniendo que venir por aquí de tanto en tanto, y seguro que de forma más relajada!! ;)

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