2 de julio de 2007

No es por criticar, es por referir

Bien, pues finalmente fue la razón la que se impuso y nos pusimos de acuerdo mi hermano y yo para que me viniera a buscarme con el coche a Barcelona la nochecita de marras. Mis amigas fueron tan amables de quedarse haciéndome de canguro hasta las 3 de la mañana, cuando él me había prometido que me llamaría a las tres menos cuarto, y además tuvo la delicadeza de ponerse a hacer de recadero de colegas que querían que les llevara al aeropuerto, sabiendo que dejaba a su hermana colgada tres cuartos de hora sola en la puta calle, con el esprai antivioladores en la mano (a mi madre luego se lo cuento y la pobre no puede dormir).
Él estaba donde Cristo dio las tres voces viendo un concierto de un grupo que no le gusta y cuyo principal atractivo se refleja en la Figura 1.

Figura 1

Mi hermano se acercó a saludar al violinista, antiguo amigo nuestro del pueblo, al que no me gustaría tener la hipocresía de volverle a saludar nunca más. Sí, soy así de radical. ¿Es un ser perverso, traidor, asqueroso, tuvimos un coitus interruptus? No, nada de eso, es un tipo normal. Os contaré algunas cosillas de cómo era cuando yo le conocí.
Ese violinista era el típico muchacho que iba de implicado izquierdoso por la vida, evangelizándonos con discursos extraídos de manuales de política maniquea para aficionados, hablando constantemente de sus héroes Marx, Lenin y Stalin, poniéndose su pin de la estrella roja y cantando de tanto en tanto la Internacional durante los botellones típicos de las noches pueblerinas. Cada año nos deleitaba con su número estrella: tocar con el violín el tema principal de "el Último Mohicano" frente a una hoguera. Era sobrecogedor. Al menos los dos primeros minutos, porque siempre la pifiaba porque estaba demasiado borracho y destruía el encanto. Después, se iba a dormir calentito a su casaza del pueblo, su casita de veraneo pija con jardín y
piscina, con sus padres que le insisten que se saque las asignaturas en septiembre y ante los que tiene que finjir que practica a diario con el violín, ese violín que cuesta un millón de pesetas y que todos buenos padres compran para que su hijo pro-obrero tenga un buen futuro y una buena educación y después lo pasee borracho por el pueblo durante las fiestas.
Gracias a ese violín, en una hora se sacaba para el cine tocando en el Retiro, y ganaba ni se sabe cuánto tocando para Luís Cobos y la Orquesta Sinfónica Nacional, cruzándose Europa y follando con las pibas de la orquesta, más las que se encontraba por esos mundos de dios. Polvetes y experiencias de hotel de las que, cuando Lenin le dejaba un hueco, contaba todo con pelos y señales, como lo de aquella negra norteamericana que follaba tan bien que marcó un antes y un después en su vida sexual.
Pero según mi madre, este chico es músico, ergo es buena persona, y por eso aplaudió desde el principio esa amistad de mi hermano. Incluso ha insistido a mi hermano de que le traiga a casa si
un día viene a tocar y no tiene hotel. Mi madre, que quiere matarme a disgustos. Hitler también tocaba un instrumento, de viento, creo, no me acuerdo cuál.
Y es que mi madre conoce pocos músicos y artistas y no ha oído las frecuentes quejas sobre su egocentrismo, egoísmo y vampirismo sentimental. Gente con muchas dobleces a las que hay que saber tratar.
No creo que sea el caso de ese muchacho porque no es músico ni artista; simplemente toca un instrumento, y a no ser que haya madurado mucho a lo largo de todos estos años, no me pareció más que un pichabrava pseudoprogre, cultureta y listillo. El típico chico de buena familia que intenta disimularlo emborrachándose en botellones y yendo de transgresor, apurando su juventud follando mucho y presumiendo de
locuras ridículas como bañarse en bolas en las piscinas de las casas, como si fuera el único en el mundo que se ha atrevido a hacerlo, muy a lo chicos del Kronen, para después acabar seguramente casado con una chica bien que comparte con su suegra los mismos gustos en cuanto a muebles de jardín, y con la que se casará por la iglesia, irá de vacaciones a la República Dominicana y se tomará una cervecita con los antiguos amigos
en el bautizo de sus hijos, mientras suspira recordando lo bien que follaba la norteamericana aquella y lamentándose de que nadie jamás volverá a follarle tan bien.
Es cuestión de tiempo que me lo cruce en el backstage de algún festival; espero que el grupo se disuelva antes o que cambien de violinista, o que el violinista encuentre un trabajo mejor que tocar a ratos el violín en salas pequeñas llenas de chirigóticas en celo y jevis zarrapastrosos. Porque a mí sólo me gusta reencontrarme con el pasado en pequeñas dosis, como explicaré en mi siguiente entrada.
Este chico seguro que es buena gente en el fondo, su único error fue conocerme en una época en la que no me apetecía soportar obscenidades ni gilipolleces. Personas como él me hicieron decidir que no volvería más a ese pueblo salvo con desgana, y que ya no me relacionaría con esa pandilla, que ha acabado dispersa.
Conozco a más personas así, pero ahora no me resultan tan insufribles porque sé que no tengo que compartir con ellas larguísimas noches de fiesta de verano. Además yo también he crecido. Llamadme radical, pero me encontré amistades mejores en el mundo que me apetecía más conservar. Y no creo que el agua tenga que sentirse obligada a llevarse bien con el aceite.

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