1 de julio de 2007

Terror y delincuencia en el Ensanche

Eixample de Barcelona. Tengo que hacer tiempo para una cita. Decido tomarme una coca-cola, si encuentro algún bar familiar abierto. Doy una vuelta y la cosa está difícil. No quiero alejarme mucho y acabo entrando en uno, que no me parece peor que cualquier otro bar de barrio.
El bar es un bar típico, con el Mundo Deportivo en la barra y pantalla plana en la pared. Echan una película de Paco Martínez Soria vestido de mujer.
El bar está regentado por unas chinas.
Una china joven está sentada en una mesa pelándole pistachos a un jubilado barrigudo y metiéndoselos en la boca. Parece una escena de pub de carretera. El jubilado tiene una cara caballuna, picuda, y aspecto de voyeur de parejas follando en la playa. Al lado, una pareja del barrio. La mujer tiene hechuras de ex-prostituta. Pronto se van.
En el otro extremo de la barra, otro presunto jubilado mejor vestido, con gemelos en los puños de la camisa y sonrisa sardónica de canalla putero, le tira los trastos a la otra camarera china, sobándole la cintura y repitiéndole que es lo más bonito del bar. Su amigo es un laringotomizado con pañuelo al cuello y cigarrillo en la mano que habla como el pato Donald. Y cuando digo que habla como el pato Donald, me refiero a que habla como el pato Donald. Cuggcaugg cggg guccgggaca cuagggcc. Literal. Asombrosamente, sus amigos le entienden. Trabajo para pagarles la pensión a estos engendros. El tercero del grupo es un flaco bigotudo que habla de ajedrez.

Un negro juega a las tragaperras en un rincón y otra mujer con menos pinta de ex-prostituta que la anterior devora patatas Matutano mientras hace el autodefinido del periódico.

Empiezo a envidiar a las buenas gentes que tuvieron la suerte de ocupar primero las dos mesas de la terraza.
La china de los pistachos se va y el emperador se queda sin esclava tontita que le meta los deditos en la boca. Así que se recoloca el paquete y se sienta en la barra, frente a mí. Y se dedica a escrutarme insistentemente, cogiéndome las medidas, mientras miro a todos lados y tomo apuntes de lo que veo.
Entra un deshecho humano mal afeitado con pinta de que no le aceptarían como mozo de almacén en el Corte Inglés, y pregunta por otro parroquiano. Finalmente se puede sentar en la terraza junto con otros dos tipos de igual calaña, uno de ellos cheposo.
Otra china, más mayor y con aspecto de madame, sonríe y contempla el panorama. En la mesa de mi izquierda hay un botellín vacío y lo que ha quedado de una tapa de olivas. La china mayor retira el botellín y el platillo y los deja encima de la barra, con aspecto de querer reciclar las olivas sobrantes.
El emperador me mira fijamente.
Busco una tabla de salvación. Lo único familiar y agradable a la vista en ese bar es el rockero descamisado, guitarra colgandeira, de la foto de la máquina de tabaco. Pero es una foto, no puede venir a rescatarme ni a apretarme contra su pecho desnudo. Una lástima. Además de salvador está potentarro.
La madame se sienta en la mesa de los pistachos y se pone a comer un plátano, hablando en voz alta en chino sin que nadie la responda.
El emperador me sigue mirando fijamente.

Entra un guiri. No es como el de la máquina de tabaco pero contribuye a relajar la situación. Desafortunadamente, se sienta, hace una llamada, se bebe el cortado de un solo trago, va al baño y se pira.

El emperador se lleva a la china joven aparte, a la cocina, y escondiéndose de mi vista, le dice algo. La china me mira. El emperador le dice algo más y la china me sigue mirando, pero con disimulo.
Sería una lástima que el Ave derrumbara la Sagrada Família encima de toda esta gente.

El emperador vuelve, se recoloca la entrepierna y vuelve a sentarse para seguir mirándome fijamente.
Entra un sudamericano en el baño y sale recolocándose la cinturilla del pantalón, gota de pis en el paquete incluída.
La madame sirve tapas de patatas chips a todos los cerveceros, pero a mí no.
El negro juega que te juega pero no gana nada.
El emperador me mira fijamente.
Por fin, ocurre lo que yo temía: se me acerca. Se me acerca mucho y me dice en catalán, perdona, me voy, pero me muero de ganas de preguntarte si eres periodista. Le sostengo la mirada e intento aguantar el tipo. Le repito en el oído bueno que no soy periodista ni nada similar y que me limitaba a escribir cosas personales en la agenda. No soy periodista. Sé que no me cree, pero no me replica y se va. Un alivio. Muy listo el hombrecillo; desde que vi que me miraba supe que él sabía que yo me barruntaba un negocio turbio de explotación a chinos.

Entra una pareja normal y me tranquilizo, pero en cuanto queda libre una mesa en la terraza se sientan fuera. Mecachis, siempre se me adelantan. Pero se acaba la coca-cola y pronto podré huir de ese reino de horror, guardándome el libro de Stendhal en el bolso.
El ajedrecista bigotudo insiste al pato Donald y al putero trajeado: "No hay juego en el mundo que no tenga trampa".

2 comentarios:

  1. Jajaja, que tensión con el emperador por dios! Vaya ovarios le echas entrando en esos antros. Que asco por favor.
    Y menos mal que no les dió por quitarte la libreta a ver que coño estabas escribiendo y comprobar si eras de "hormigas blancas".

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  2. En cierta cadena están dando en estos momentos "El Padrino".

    La verdad es que te metes en cada sitio... aunque celebro que no te hayas hecho periodista, es un gremio al que prefiero obviar :P

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