4 de septiembre de 2006

Dentro de los grupos mujeriles y no mujeriles que desperdician el oxígeno del mundo figuran los casamenteros. De los que trabajan con nocturnidad y alevosía sin conocimiento de los pobre emparejados, claro, nada tengo en contra de las reuniones mixtas de amigos en las que se huelen las feromonas. En mi deprimente ganado laboral había una pareja de la que es obligado hablar largo y tendido en un blog vengativo y justiciero como este. Se las conocerá desde ahora y en el futuro como la Bienfollada y la Catedrosis Múltiple. El por qué de los apodos será explicado en su momento. La indignación que me producían su conversación y comportamientos supera mi capacidad de descripción, peró a medida que vaya reuniendo energía cósmica haré el esfuerzo de comentarlos. Lamentablemente una de ellas se ha reproducido y perpetuará su maligno influjo en su desventurada estirpe, ante lo cual no puedo si no dolerme.

Su negra alianza se forjó en la facultad, que ya veis si no podían haber tenido la típica amistad faculteril de if I’ve seen you I don’t remember, y el mundo se hubiera evitado su indeseable sinergia. Se convirtieron en dos pseudo-marginadas que se protegían mutuamente de la soledad de pertenecer a un círculo de chicas cuya edad mental supera en varias décadas su edad física y que encima miran por encima del hombro a los jóvenes de pensamiento auténticamente moderno. Y como no hay pareja de marujas pseudo-feministas que se resista a la práctica del casamenterismo, tuve que caer víctima de sus prácticas.

Debí darme cuenta de sus manejos cuando me invitaron un día a comer a casa de la Bienfollada, que era la que podía presumir de casa, junto a su costillo, la carne de su uña, el costillo de la carne y a dos compañeras más del curro. Creo que no hay mejor demostración de que en el fondo soy una chica bienintencionada que el haber caído de cuatro patas en una trampa tan clara. Pero mi ingenuidad me puede a veces. Esas dos compañeras que también fueron invitadas, tenían en común conmigo que por aquella época estábamos solteras, pero yo, en mi pureza de espíritu, pensé idiotamente que éramos simplemente las únicas que las caíamos bien (lo cual no creí que se apartara mucho de la verdad porque yo misma las había oído criticar o cuando menos ignorar a los demás compañeros, aunque pensándolo bien no hay criatura sobre la faz de la tierra a la que no las haya oído criticar alguna vez).

Así que acepté porque no soy tan asocial como parezco. Y llevé un par de platos cocinados por mí, que eran unas gambitas al ajillo y creo recordar que dátiles con beicon, porque yo iba en plan bien intencionado y los problemas que yo había tenido con ellas no repercutían en el presupuesto.

Llegamos a su casa de buen rollo, y segu demostrando una bisoñez entrañable al no extraañrme demasiado de que por parte del marido de la Bienfollada, o sea, el responsable del bienfollerismo, hubiera dos chicos más invitados. Al fin y al cabo, un hombre solo o dos hombres solos en medio de 5 biolocas pueden llegar a aburrirse mucho. Así que no vi normal que hubiera llamado a un par de electrones para compensar la carga protónica.

Preparamos la comida y comimos, y la verdad es que me divertí sinceramente, eso debo decirlo. Todo hubiera quedado en una tregua de mi enconada guerra con las diversas compañeras si no llega a ser por que a uno de los maromos invitados le debí hacer tilín y me envió una rosa electrónica cuando días después fue mi cumpleaños. Que felicísima coincidencia.

Aquí ya es donde empiezo a inquietarme porque es evidente que ha obtenido por terceros mi mail y que esta recurriendo a técnicas indirectas de acercamiento con aviesas intenciones. Y entendedme, de los dos tordos al que desperté interés era el menos rarito y el más guapete, porque el otro era el típico gafitas que se lleva a las fiestas el táper con los macarrones de la mami porque sabe que no le va a gustar nada más de lo que haya en la mesa. Y es que el ganado está muy pero que muy mal. Pero yo en esa época no tenía el corazón vacío porque estaba pletórica de entusiasmo en mi primera época de posteo en Cal Rafa. Así que le agradecí la rosa dándole largas.

Lamentablemente el chico me escribió otro mail sugiriéndome una tarde cinéfila con un toque sobradillo que me indignó hasta lo más hondo porque parecía que me estaba concediendo audiencia, y eso una auténtica mujer no lo puede tolerar. A mí es que las invitaciones poco románticas y medio anónimas de “venga nena, si sales conmigo a lo mejor hasta te dejo conocerme” no me convencen y le mandé a cagar con mis mejores palabras. Y claro, tuve que avisar a la Pareja Maligna de que su amiguito me estaba tirando los trastos.

Muy poca sorpresa les causó porque ellas ya debían estar al caso, de hecho hasta la Bienfollada me acompañó en un trayecto que de ningún modo hubiera recorrido conmigo si no la empujara el deseo de venderme miserablemente al chorbo, comentando sus gustos y hasta su historial amoroso, avisándome incluso de un escarceo sexual de una noche que tuvo, disculpándoselo mucho, claro.

Pero no les funcionó la treta, no, porque menuda soy yo. A mamarla a Parla fue mandado y así se quedó la cosa. Y no hubo insistencia por parte de nadie en que se consolidara la unión, claro está. Ése es el interés que muestra la gente.

Sólo más tarde, bastante más tarde, mi lenta calculadora mental ató cabos y me quedó claro que la invitación a comer jamás se hubiera producido de no haber sido soltera, que yo nunca las caí bien, que no lo hicieron por compañerismo ni amistad si no que me vieron como una de las vaginas recubiertas de carne que trabajaban junto a ellas y que ellas se encargaron de exponer en una feria para ver si podían colocar a los deshechos de su grupo de amigos. Así no quedarían en mal lugar en sus frecuentes reuniones de parejas felicísimas que se comentan las últimas adquisiciones en el Ikea. Lo cual no deja de ser muy machista porque ni se tomaron la molestia en averiguar si yo era lesbiana, demostrando una mentalidad falócrata escondida, de mujeres colocadas con espantapájaros que tienen el Casa Diez en la mesilla de noche y ni se les pasa por la cabeza que puede haber mujeres con gustos diferentes a los suyos, incluyendo en los sexuales. ¡Yo tenía derecho a haber sido lesbiana, pero es que siempre les importó media higa mis gustos!

Así que mi autoestima tuvo que encajar que jamás les fui simpática, nunca quisieron reconciliarse conmigo y que además las debí decepcionar al hacerme la estrecha. Porque mis calabazas las debieron atribuir a la timidez y no al amor propio, claro. Nunca más volvieron a invitarme a ningún sitio ni me dijeron de participar en ninguna de sus fiestas. Con el tiempo, cada vez veo más abyectos su planes y lo mal que se portaron en eso conmigos. Eso sí, debieron repetir al poco su estratagema con más éxito, teniendo en cuenta que la siguiente chica que entró a trabajar llegó virgen al departamento y a los pocos meses la habían colocado con Míster Táper, que lo único que hizo fue cambiar de madre. Apañaron el encuentro y azuzaron a la pobre ilusa cuando en sus dudas de solterona pueblerina de principios de siglo no tenía claro cómo comportarse en una relación amorosa que tarde o temprano iba a acabar en conocimiento bíblico. ¡Una joya para ese par de marimandonas marujas, que se relamían al mover los brazos y pensamientos de la pobre títere, a la que alistaron en sus filas prontamente!. Y mientras tanto los demás teniendo que aguantar sus marujeos y tejemanejes parejiles en voz alta. ¿Acaso no es para salir corriendo?

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