
Y el caso es que las 200 primeras páginas del libro, en la que se describe la relación entre Uther, Igraine y la pequeña Morgana, son estupendas y prometedoras y te animan a seguir leyendo.Pero a medida que prosigues la lectura vas cayendo en la cuenta de que la novela se está convirtiendo en una sucesión de lamentaciones ginecológicas de la protagonista, pretendida sacerdotisa suprema del culto a la Madre, la fecundidad y la figura mitológica de la Mujer: que si la menstruación esto, que si la virginidad aquello, que si ahora me traumatizo porque me lo hago con mi hermano cuando no debería importarme que en los fuegos de Beltane me pusiera a follar con cualquiera, que qué disgusto que estoy preñada, que si el parto me da yuyu, que si aborto o no aborto....Aparte de las consabidas lamentaciones sobre la belleza, la vejez, etc. Así durante 700 páginas.Vamos, una Bridget Jones del siglo VI. Cuando terminé el libro me dieron ganas de tirarlo por la ventana, pero no lo hice porque un libro gordo con el lomo de colores siempre queda bien en la estantería. Figuraos: la sacerdotisa suprema de la Madre, pretendidamente maga memorable de extrema fortaleza psicológica, espejo de sabiduría, recopiladora de todo poder, máxima representante de los poderes femeninos y de la Diosa de la fecundidad, angustiada por si aborta o no aborta. Cuando menos, incongruente. ¿Esto es el protagonismo femenino fuerte que nos quieren vender? Durante toda la novela parece una adolescente dubitativa. Para mí que a la autora se le debió indigestar Simone de Beauvoir.
Después está la absoluta falta de épica. Yo puedo entender que en una novela vista desde el punto de la mujer, no haya escenas de guerra, puesto que la acción no se localiza en los campos de batalla si no entre muros. Y mucho menos que las protagonistas se vistan de guerreras machorras y empiecen a matar, porque eso no resulta creíble. Pero claro, cuando uno lee un libro basado en la leyenda artúrica espera unos momentos álgidos más apasionantes que: “Pues Arturo pasaba por allí y se encontró una espada”. “¡No jodas!” “Sí, sí, como te lo cuento...”. Un poco más de vidilla, por el amor de Dios. Que una cosa es la mirada femenina y otra cosa que la novela parezca un guión de Friends...
La cosa no acaba ahí. No sólo se reivindica la figura de Morgana si no que se representa a Ginebra como una mujer caprichosa, celosa, sumisa ante el poder masculino, maligna y estéril, y a Arturo como un pimpín con sospechosas tendencias homosexuales...¡hacia Lancelot!! ¿Hasta dónde vamos a llegar con el revisionismo? Esó sí, Lancelot sigue siendo el mismo pichabrava de siempre. A ver cuándo se le ocurre a alguien rescribir la leyenda artúrica desde el punto de vista de Lancelot, ese chulopiscinas incomprendido. Y no voy a ser yo.
El día que el feminismo reivindique la figura de la mujer sin recurrir a las primitivas mitologías ginecocéntricas, de forma convincente y sin incongruencias y sin ridiculizar o dejar en segundo plano a las figuras masculinas, ese día, definitivamente, el feminismo habrá dado el gran paso. El caso es que la saga continúa en otros libros, pero se los va comprar su tía la de Cuenca.
En fin, que es una novela sólo apta para incondicionales del género y personas que se dejen encandilar por los tenues reflejos de feminismo y tributo a la Diosa de libros como El código Da Vinci, esas pseudofeministas capaces de escribir “¡Viva María Magdalena!” en las puerta de un lavabo y después sentirse superidentificadísimas con las protagonistas de Sexo en Nueva York.