5 de julio de 2007

No es por extrapolar, es por referir

No se puede generalizar ni extrapolar, pero no puedo dejar de comparar el umbral de tolerancia al desorden y el despiste en el lugar de trabajo de por la tarde, donde los hombres son mayoría , con el lugar de trabajo regido por mis compañeras; ese lugar donde un líquido que gotea, un frasco mal enroscado, una botella desplazada de su sitio dos días o una caja de puntas que falta puede dar lugar a regañina e incluso gritos. Incluso si alguna está premenstrual puede sugerirse hacer una reunión de grupo donde se explonen todas las faltas (pero sin señalar claramente al culpable) y hacer promesa de buen comportamiento futuro; buen comportamiento que ni siguen ellas ni sigue nadie y que solo es contadas ocasiones dura más de dos semanas. Como lo de no bajarse imagenes de google ni dejar el escritorio de los ordenadores lleno de mierda: ellas lo exigieron, ellas lo desobedecieron.
Hoy ha sido uno de esos días de gritos en los que dan ganas de enviar una carta al director del periódico para que despidan al que escribe el horóscopo, que decía que hoy iba a ser un día estupendo para mí en lo social y que iba a mejorar mi imagen.
Y es que no soy la única persona que comenta que los lugares habitados por muchas mujeres juntas se convierten pronto en un nido de harpías donde las buenas maneras sólo son aparentes, la crítica por la espalda es la norma, el rechazo se demuestra mediante la marginación, los
ánimos están siempre muy susceptibles, la guerra territorial es constante y cada una intenta imponer su ley y convertirse en la hembra alfa.
Nada que ver con mi otro lugar de trabajo, regido por dos hombres que no han establecido luchas de jerarquía, y donde las dos mujeres sólo trabajan una parte del día.
Esta pareja de apacibles machos, no hay forma humana de que sean capaces de poner
la capucha a sus respectivos bolis, ni de que los devuelvan a su sitio. Dejan el teléfono en cualquier lado y después me vuelvo loca para encontrarlo. Sus mesas de trabajo están impresentables, llenas de capuchas y tapas de tubos, papeles que no saben ni de qué son y basura diversa, y no mueven un dedo para ordenarlas y que los usuarios reciban mejor impresión. Los papeles se abandonan en cualquier lado. Los tubos y frascos lavados pueden quedarse años en la pica porque nadie los devuelve a su sitio. Papeles para reciclar se mezclan
impunemente con documentos importantísimos. Comprobaciones diarias requeridas para el control de calidad se despistan constantemente y no se realizan, si no ando yo detras de ellas. No se ha pasado un trapo por las mesas en años. La nevera era un auténtico abrevadero de patos,
lleno de reactivos caducados, muestras abandonadas, frascos sin rotular y mierda diversa que sólo pude ordenar cuando el azar quiso que tuvieramos que descongelarla. Sobrevivió la mitad de las cosas y mis desvelos son los que consiguen que el orden se mantenga.
Hay una bolsa de cacahuetes abandonada en un armario que tiene visos de fosilizarse.
El cajón del material de escritorio también me tuve que poner a ordenarlo porque se había convertido en un cementerio de capuchas, tornillos y mierdas varias. Duró un día ordenado: su situación empeora por momentos. Ídem con las montañas de papeles: tuve que ponerme a hacer orden un día porque me dolía el corazón de ver tanto papel suelto sin clasificar y acabé descubriendo que el 95% de los papeles que se habían acumulado durante años, han quedado para reciclar. Las botellas de lejía y etanoles diluídos , antes de mi llegada, las debía de rellenar el espíritu santo. El armarito de los cedés lo doy por imposible: así se quedan, apilados
de forma desastrosa, y así estarán seguramente cogiendo polvo por toda la eternidad.
Las pipetas por doquier; la zona estéril, estéril lo que yo te diga.
Sólo yo y la chica que trabaja por la mañana nos ponemos a ordenar algo cuando nos aburrimos.
Si ellos trabajaran con mis compañeras, estarían sometidos a órdenes
constantes, riñas y exigencias, aunque tambien es cierto que se les
perdonarían condescendientemente muchos fallos por aquello de "claro,
es que son hombres, quien va a esperar de ellos un ápice de orden, no
merece la pena que nos molestemos en regañar a estos inútiles, démosles por imposibles".

Así que yo convivo con el desorden apaciblemente porque en el tiempo que tardo en regañar a alguien por enésima vez para que deje las pipetas en su sitio, voy yo y las guardo.
Me gustaría que convivieran con mis compis un tiempecillo, para ver exactamente cómo se lo pasaban.
Aunque a veces pienso que las manias son sólo contra mi, porque entre ellas bien que se toleran dejar la zona de alrededor de los ordenadores llena de papeles suyos de un día para otro, o ponerse en el ordenador cuando alguien tiene claramente ventanas abiertas y se
ha ausentado un minuto, o robar puntas y marcadores, o no rellenar tubos, sin mencionar los que no se enteran de que la zona de cultivos requiere vigilancia y seguimiento.
¿Por qué ellas se ganan el respeto y yo no?¿Es sólo porque yo no caigo bien y no hacen conmigo la vista gorda?
Convertirse en una ogresa en contra de mis principios o no convertirme, esa es la cuestión. Pasar por alto los fallos de los demás esperando que los demás me perdonen los míos es una estrategia
fracasada, eso está claro. ¿Tengo que ponerme a dar órdenes como una
condenada? ¿Vosotros creeis que tras esta experiencia volveré a confiar en mi sexo y en las dueñas de restaurantes vegetarianos que dicen "me gusta ver que las mujeres hacen cosas juntas"??

1 comentario:

  1. Jajajajajajaja, pues en mi entorno de trabajo es casi al contrario. Somos los macho los ordenaditos y cuidadosos y las hembras bufff...Hay una que incluso guarda su portatil ¡dejandolo caer dentro del maletín! Luego se queja cuando no encaja la bateria...en fin...

    ResponderEliminar